viernes, 17 de octubre de 2008

Give me a Thousand Kisses (y III)







Boomp3.com (Pulsen para comprender mejor el momento)







He comentado ya la sorpresa que supuso para mí el descubrimiento de Simoun, una serie que, desde fuera, era semejante a un anuncio de neón que dijera Hot lesbian chicks riding mechas, o en otras palabras, la apoteosis de los clichés y las fantasías sexuales masculinas, el cebo perfecto para capturar a los otakus insatisfechos y vacíar su carteras... un concepto que otra serie de la misma época, Strawberry Panic, encarnaba a la perfección, intentando disfrazar con ese gancho, el de los tópicos sexuales y narrativos, la penosa calidad de su animación y su historia, de manera que tras "gustar" de sus primeros capítulos me impuse su visionado hasta el final a modo de penitencia.

Algo que evidentemente no es el caso de Simoun. Una serie que por su calidad, y por huir de esos tópicos y cebos fáciles, paso inadvertida para el otaku corriente, preocupado él por cosas más terrenales, cuando esta serie, por el contrario, encerraba en sí ejemplos mágníficos de lo mejor del anime, de esas características especiales que nos han atraído y seducido a tantos.

Ya hablaré (he hablado en parte) de los rasgos temáticos que destacan a esta seríe, pero en esta entrada me gustaría señalar sus virtudes formales, en concreto, esa similitud del estilo del anime con el del cine de verdad, en concreto el cine clásico, que busca resaltar las expresiones de los personajes, conseguidas con el mínimo de recursos gráficos, y utilizando el montaje y los movimientos de cámara, para explicar lo que no se puede explicar con las palabras, pero sí el poder de la imagen, o mejor, su yuxtaposición y concatenación.

De esta manera, en el primer fragmento de la secuencia que incluyo en esta imagen, puede verse el cuidado que los artistas del anime ponen en reflejar los sentimientos de los personajes, mejor dicho, las expresiones que delatan esos sentimientos, y como se utiliza el montaje para reforzar el clima que esas expresiones nos hacen sospechar. En un par de planos podemos ver la transición espiritual en uno de los personajes del miedo/duda a la leve esperanza y de ésta al no te dejaré escapar esta vez, tendrás que hacerlo, mientras que el otro vacila entre ser dejado en paz y conceder ese deseo que se le pide con tanta insistencia y dramatismo.... Ayudado todo por el continuo salto entre los primeros planos, que nos muestran la urgencia, casi el forzamiento, de esa petición por parte del primer personaje, y los medios del segundo, que nos muestran la separación entre ellos, para a continuación saltar al primer plano, cuando se produce la aceptación.

Ayudado todo, además, por la iluminación desusada y antinatural, que nos muestra cuan precaria y peligrosa es la situación en la que se encuentran ambos personajes y que se explica, sin necesidad de palabras en dos magnificos planos...




... que muestran el abismo que les separa, a uno perdido en sus propias preocupaciones, al otro, incapaz de escapar a su obsesión.

Una tensión que no tardará en estallar y que llevará a uno de ellos al borde del abismo (y observen en toda la secuencia, lo maravillosamente que está narrada, tanto en la descripción de las expresiones, como en el uso de la luz y del encuadre para subrayarlos)...





























Había empezado comentar plano por plano la escena, pero me he dado cuenta de que es mejor dejarla fluir y que sean los lectores los que descubran cada uno de los ínfimos detalles, porque si algo demuestran esta capturas es una vieja regla de la animación, que para descubrir su calidad hay que romperla en planos y ver qué es lo que queda, algo que en Simoun se consigue en muchas ocasiones.

Especialmente en este caso, cuando uno de los personajes está a punto de comecer una de las mayores bajezas que se pueden cometer, aquélla de destruir lo que más se ama, de lo que se está más orgulloso, y destruirse asímismo en el intento... una catástrofe personal de la que logra salvarse en el último instante, en ese crucial y magnífico cruce de miradas, sin pronunciar una sola palabra.

Una mirada, donde se unen desprecio, fortaleza y compasión, que le demuestra que esa victoria física no será más que una derrota espiritual, y que desarma al contrario por completo, al negarle lo que más desea y espera, que ese sentimiento que experimenta sea compartido y respondido.

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