jueves, 13 de junio de 2013

Questions without Answers (II)

1 El Edificio tiene aspecto de monumento singular en el sur de la península. Por consiguiente, no vamos a encontrar estructuras idénticas dentro o fuera de la Península Ibérica.
2 Una columna ocupaba la posición central en la mayor estancia del edificio. Se encontraba sola en la planta baja, por lo que es razonable creer que abarcaba el misterio de un símbolo divino.
3 Los espacios de almacenaje y "doméstico" del edificio estaban enterrados en cenizas y carbón vegetal. Al parecer, las llamas devoradoras fueron el resultado de una conflagración deliberada y no de un accidente. En el contexto de un santuario cerrado, es probable que un incendio tan grande fuera provocado, y en tal caso, lo inspirara algún motivo religioso o político.
4 El edificio de la impresión, sobre todo, de ser un gran templo que habitualmente se usaba todos los días y en el que había capillas de ofrendas.
5 Dado que los rituales incendiarios tuvieron lugar en un momento determinado, o durante un breve intervalo, la acción de prender fuego a la estructura significaría el retorno del templo y su deidad al averno.

 La Prehistoria de la Península Ibérica, María Cruz Fernández Castro.

No he podido por menos que dedicar otra entrada al libro de Fernández Castro arriba citado. Ya comenté en la entrada anterior como había vuelto a despertar mi amor por la arqueología, desgraciadamente algo olvidado, sirviéndome incluso de acicate para emprender la lectura de la reciente - y enorme - historia de Espala de Crítica/Pons. Ya les hablaré en su momento de la inmensa decepción que me está suponiendo el primer volumen, que comparte temática con la obra de Fernández Castro, pero vale más centrarse en terminar de comentar el libro de esta arqueóloga y no perderse en digresiones, a las que soy demasiado aficionado.

Les había señalado que el principal defecto de este libro de prehistoria ibérica es su condición de apretado resumen. Demasiadas veces, la autora debe limitarse a citar la lista de fenómenos y yacimientos asociados, sin poder profundizar en su estudio - aunque sí se señala bibliografía complementaria -, a lo que se une el hecho de que el libro, de mediados de los años 90, empieza a estar algo anticuado, con lo que nos faltan las revisiones y correcciones de veinte años de investigación. Desgraciadamente, en el contexto político y económico en el que nos encontramos, es casi imposible que se intente la escritura de una obra de estas características, tanto por su interés restringido, evidente ya en este mismo volumen, como por la metamorfosis de los sujetos históricos, entiéndase esto como quiera entenderse.

Sin embargo, de vez en cuando, esta estudiosa aplica la lupa y nos ofrece una visión en detalle de yacimientos especiales, aquellos que podrían calificarse de paradigmáticos para un tiempo y un fenónemo, pemitiendo que el lector se haga una idea de los problemas que presentan, de la labor que aún queda por hacer. Muchos de ellos, los Millares, el vaso campaniforme, el Argar, las estelas de guerrero, eran ya conocidos, pero pocas veces los he visto tan bien explicados y resumidos. Otros han sido completamente nuevos, principalmente por haber sido descubiertos y estudiados muy recientemente, de manera que la exposición de Fernández Castro me ha servido para comprender su importancia y - casi más valioso - para sentir ese vértigo de la investigación arqueología que me sedujo cuando yo era un adolescente.

Entre estos nuevos descubrimientos el más fascinante es el de Cancho Roano, situado en Zalamea de la Serena, en Extremadura.

Este yacimiento es contradictorio en muchos aspectos, tanto en su época, como en su finalidad, uso y arquitectura, por no decir en su destino final. Surge en una zona fronteriza de la Hispania prerromana en la que desde época muy temprana se aprecia la influencia de ese fenómeno que hemos dado en llamar Tartessos y que luego derivó en lo que hemos llamado pueblos Íberos, así en plural. Hay que tener en cuenta que esos fenómenos de Iberización son en gran parte fenómenos de aculturación, puesto en movimiento por la influencia de las sucesivas potencias colonizadores, fenicios, púnicos, griegos y romanos, cuya intervención, bien directa o indirecta, transformó sociedades más o menos igualitarias en protoestados. Sin embargo, y aquí estriba parte de la singularidad de Chancho Roano, el hecho de que se encuentra en zona fronteriza, casi en el límite de las influencias externas, explica parte de la singularidad del yacimiento, a lo que se une el hecho de que dejo de ser utilizado en una fecha muy temprana, antes de que la conquista romana destruyera las frágiles estructuras sociales que ella misma había hecho germinar.

¿En qué consiste la especifidad de Cancho Roano? El edificio, puesto que de eso se trata, es muy semejante a una estructura palacial, con una serie de dependencias organizadas alrededor de un patio central y que parecen haber tenido funciones utilitarias, de acuerdo con los hallazgos en ellos encontradas. El edificio fue destruido por el fuego y luego abandonado, lo que reforzaría la hipótesis de un centro de poder, cuya destrucción se debería a rebelión interna o intervención externa. Dejando a un lado que esto indicaría un grado de estatalización inesperado para una fecha tan temprana, esta hipótesis se ve debilitada por una serie de hallazgos en el propio yacimiento que no concuerdan con esta explicación política.

En primer lugar, si bien todas las estancias están cubiertas con una gruesa capa de cenizas, hay una que no lo está. Se trata del patio interior, en el cual el rasgo más sobresaliente es una columna exenta en medio de él. Este tipo de configuración es típica de los lugares de culto íberos, en los que adoraba, según parece, a un dios que no tenía forma humana y cuya representación era una piedra o una columna. Cancho Roano sería por tanto un templo, lo cual permitiría reinterpretar parte de los objetos encontrados en él como ofrendas. Por otra parte, existen indicios de que parte de las cenizas fueron apiladas antes de la destrucción del templo, lo que explicaría su ausencia en el patio central, apuntando a una destrucción ritual deliberada del templo que explicaría su abandono y su conservación posterior.

Destruir ritualmente un objeto sagrado puede parecer extraño para nosotros, pero no es algo nuevo en la historia de las religiones. De hecho, esta destrucción ritual era común a las civilizaciones mesoamericanas, bien por demolición como en Tehotihuacan o por enterramiento de un templo bajo otro, como entre los mayas, y podría encontrarse tras el asombroso estado de conservación de las estructuras encontradas en el asombroso yacimiento de Göbleki Tepe. Se trataría por tanto de un ritual en que un lugar sacro, adorado durante largo tiempo, es devuelto a las mismas entrañas de la tierra - al infierno - del cual provenía, en representación del ciclo de muerte y resurrección que afecta a todos los humanos.

Es aquí donde nos topamos con los límites de toda investigación arqueólogica, ya que la falta de testimonios escritos nos impide corroborar nuestras hipótesis y sobre todo, documentar en qué circunstancias y por qué razones se disparaba este comportamiento religioso. No obstante, ejemplos como éste sirven de llamada de visto antes de interpretar otros comportamientos similares en terminos cercanos a nuestra experiencia personal - guerra, revueltas, saqueos - cuando en realidad podrían tener una explicación religiosa y ritual que a nosotros nos resulta completamente ajena e incomprensible.

Como ocurre con la  - ¿repentina? - destrucción de monumentos, sepulturas y santuarios de influencia griega que tiene lugar en el entorno de la cultura íbera a principios del siglo IV. Fenómeno que se intento explicar por una supuesta conquista temprana cartaginesa, según la hipótesis de Schulten, pero que resulta completamente insostenible al no observarse una ruptura de similar violencia en los lugares de habitación contemporáneos.

Lo primero que hay que recordar es que los monumentos conmemorativos esculpidos y arquitectónicos de los iberos sufrieron enorme destrucción a finales del siglo V a.C. y en la primera parte del IV. Los animales de las "estelas-columnas", las figuras femeninas sentadas en tronos y los grupos de batalla se destrozaron en pedazos. Un detalle interesante es que este grupo de esculturas - y otras que fueron destruidas a propósito - indican la influencia griega en la escultura ibérica. Fuesen cuales fueren las causes de estos acontecimientos (que probablemente tuvieron lugar en más de una ocasión) los rasgos "helénicos" de la "alta" cultura ibérica ya no predominaban en el siglo IV a.C. Es además entre los años 425 a.C y 375 a.C cuando se registra la mayor afluencia de cerámica ática en el este de la Península Ibérica; en aquel tiempo el comercio de copas áticas se extendía más allá de las regiones de los iberos clásicos y llegaba a territorios occidentales, entre ellos la antigua región de Tartessos y sus alrededores.


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