martes, 10 de diciembre de 2013

Towards the end

















Samma no Aji es la última película realizada por Ozu, justo antes de su muerte en 1962. Dadas esas coordenadas cronológicas, se podría aventurar que es una de las películas de este director que es más difícil valorar, siempre que se quiera permanecer alejado de todos los tópicos - testamento, canto del cisne - que suelen utilizarse en estas ocasiones luctuosas. Ejemplo de estos peligros es el hecho que la traducción literal de Samma no Aji no es otro que El sabor del Arenque, título prosaico y vulgar que se ha traducido en otras tierras por giros más poéticos, como Una tarde de Otoño o El sabor del Sake, en un intento de recuperar la poesía normalmente asociada a este director, que, como bien sabemos, nunca hizo chistes de pedos (véase Oohayo).

Dejando aparte este aviso de los peligros de los que no sé si sabe sustraerme, debo indicarles que Samma no Aji no es una de las obras redondas de Ozu - tiende a vagar y a dispersarse, y no en el buen sentido que se le supone a Ozu -, pero podría aspirar al título de obra más triste y depresiva de su filmografía. Se me podrá replicar que el corpus de este director abunda en dramas - la archifamosa Tokyo Monogatari - e incluso llega a rozar la tragedia - en la extraña y excéntrica Tokyo boshoku - pero la realidad es que Samma no Aji está envuelta en una atmósfera opresiva, casi de muerte inevitable - tópico al canto -.

Aparentemente, la última película de Ozu respondería a ese modelo - el padre que busca casar a su hija y se queda sólo - que muchos consideran erróneamente el registro único de Ozu. Es cierto que esa es la anécdota que permite arrancar a la película, pero pronto pasa a segundo plano, para centrarse en un grupo de antiguos compañeros de colegio, ya maduro, que sienten demasiado a las claras que su tiempo ha pasado. No es la primera vez que el Ozu cercano a la vejez abordaba este tema, sin ir más lejos, ése era el núcleo temático de Kohayagawake no aki, su película anterior, pero si en ese caso el anciano que servía de nudo a la acción se embarcaba en un último acto de rebeldía, los protagonistas de esta película no tienen el valor ni las fuerzas para embarcarse en nuevas aventuras.

El retrato de los tres personajes principales, junto con el de su antiguo profesor no puede ser más devastador. El profesor ha devenido un alcohólico que malvive junto a su hija solterona como propietario de una casa de comidas en un barrio de mala muerte, mientras que uno de los tres hombres maduros se ha casado con una mujer joven, situación ridícula que es objeto de burlas constantes por parte de sus compañeros, por las razones que todo lector de nuestra literatura del siglo de oro comprenderá enseguida. No es que los otros dos queden mejor situados, el segundo busca disimular su decadencia emprendiendo todo tipo de tareas que le permitan seguir considerándose el jefe, aunque se reduzcan a ser simplemente un casamentero. Por último, nuestro protagonista, parece haberse refugiado en una especie de estupor, una observación continua de un pasado en el que lo único valioso es que constituyó el tiempo de su juventud.

Esa fijación con el pasado queda reflejada en una escena referente a la guerra del Pacífico... extrañamente larga y explícita frente a lo elusivo y alusivo de Ozu en ocasiones anteriores. En ella, el protagonista se topa con un antiguo tripulante del destructor Asakaze - lo crean o no, fue un destructor real - del cual había sido el capitán, para terminar ambos en una especie de borrachera/celebración del tiempo perdido, entre marchas militares y la complicidad de la dueña del bar, que acaba adquiriendo unos rasgos de exaltación militarista inesperado en Ozu, al menos el Ozu que no tenía que filmar películas de propaganda para las autoridades militares del durante el conflicto.

Sin embargo todo es un espejismo. Un poco más tarde otros parroquianos del bar nos recordarán que esa guerra, a la que sólo la juventud perdida del protagonista torna deseable, no fue otra cosa que una interminable lista de derrotas. Es tambíén cuando percibimos que los cuatro hombres maduros alrededor de los que gira la película no han hecho otra cosa que emborracharse durante todo el metraje, utilizando el alcohol como medio para huir de su inevitable decadencia. Que, en fin, el protagonista no es ya otra cosa que un anciano, que su soledad es completa, que la simpatía de la dueña del bar no es otra cosa que profesional, y que, aunque al final haya cumplido con los ritos sociales y casado a su hija, su destino será el mismo que el de su antiguo profesor: acabar convertido en un bufón, cuya vejez autoriza a todos a reírse de él.






























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