viernes, 25 de noviembre de 2005

Citadelle

Cependant pour que le désir se change en acte, pour que la force de l'arbre se fasse branche, pour que la femme devienne mère, il faut un choix. C'est de l'injustice du choix qui naît la vie. Car celle-là aussi, qui était belle, mille l'amaient. Et, pour être, elle les a réduits a désespoir. Est toujours injuste ce qui est.
Je comprenais que toute création d'abord est cruelle.


Sin embargo, para que el deseo se convierta en acto, para que la fuerza del árbol se haga rama, para que la mujer llegue a ser madre, hace falta elegir. De la injusticia de elegir es de donde nace la mida. Por a aquella de alli, que era bella, miles la amaban, y, para ser, ella les ha reducido a a la desesperación. Aquel que es siempre es injusto.
Comprendí que toda creación, ante todo, es cruel.

Derechas, Izquierdas.

Si se leyera, ahora, a finales del 2005, Citadelle de Saint-Exupèry, muchas de los conceptos ahí expresados harían arrugar la nariz a los lectores. La idea del jefe que guía, la sumisión a un fin externo, la creación del hombre a través de la disciplina, la exaltación de la guerra, la mujer en su papel tradicional. Derecha, y de la más rancia, nada que ver con el liberalismo, global, flexible dinámico y multicultural tan de ahora mismo... y con el que la mayor parte de las izquierdas se han enamorado.

Sin embargo, este hombre de derechas tradicional, combatió, como piloto de caza del ejército francés, contra los nazis, aun cuando en mayo de 1940, aquello era una lucha sin esperanzas.

Llegó la derrota, absoluta, inconcebible, irremediable. Llegó la ocupación, dura y humillante. La gran mayoría de la derecha francesa se quitó la careta republicana y jacobina, tan cara a la imagen francesa, y se convertió en lacayos de Hitler, criados dispuestos a cumplir las órdenes de la raza superior sin dilación, no con miedo ni por temor, sino con orgullo y resolución, con la alegría de aquellos que ve, al fin, encarnados en los que gobiernan sus ideales de siempre, aquellos por los que llevan años luchando.

No así Saint-Exupery. El no acepto la derrota, no a manos de los nazis y abandonó Francia, para unirse a los aliados, para seguir, como piloto, luchando contra los que habían derrotado a su país, hasta encontrar la muerte en 1944, en un vuelo sobre su Costa Azul natal.

¿Por qué esta incongruencia?¿Por qué un hombre de derechas, un conservador, un tradicionalista, alguien de espírity antiliberal, no se une a los que habían venido, supuestamente, a construir el nuevo orden, a levantar la nueva Europa?. ¿Por qué combatir a aquellos que venían a limpiarla de todas las impurezas que se le habían adherido, socialismo, comunismo, librepensamiento?

Las propias páginas de Citadelle podrían darnos la pista. Porque para Saint-Exupéry no hay nada estable, hecho, acabado. Todo absolutamente todo es transitorio, pasajero, por hacer. Aún más, no hay una verdad única, si no muchas... y ninguna. Porque todos los razonamientos son ciertos y falsos al mismo tiempo, válidos e invalidos.

Con esta certeza, los fantasmas ideológicos, cualquier fantasma ideológico, se desvanece, como los vampiros al ser tocados por la luz. Especialmente, aquellos engendros, como el movimiento nazi, basados sobre una idea repetida una y otra vez, hasta que no queda otra en la mente.

jueves, 24 de noviembre de 2005

Auf Bach zu hören

La música que se escucha durante la infancia no se olvida jamás. Por muchos años que pasen, podemos reconocerla en cuanto lo oímos, y pocos los que pueden evitar estremecerse, aunque sus preferencias musicales hayan cambiado completamente, aunque música del mismo tipo les provocará la naúsea si la escuchasen.

Es que esa música es suya, forma parte de ellos, no es la música de otros, sino la música con crecieron, la música con la que aprendieron a hablar, con la que su cerebro se formó, con la que, repentinamente, descubrieron que tenían voluntad y querían utilizarla.

Ese efecto, ese estremecimiento hasta lo más profundo, ese sentirse inermes, indefensos, abrumados por el placer, me ocurre a mí al escuchar ciertos pasodobles, en particular, el llamado En el mundo, simplemente, porque mi abuelo, la persona a cuyos genes debo mi amor por la música, era músico, instrumentista, aficionado y todas las noches, cuando acababa su trabajo, dedicaba largas horas a ensayar y ensayar esas piezas populares que luego interpretaría con la banda del pueblo o en los bailes de las ferias.

Y ese mismo estremecimiento es el que siento al escuchar la música de Bach, como si estuviera escrita en lo más profundo de mi cerebro, como si hubiera nacido con ella, como si mis genes hubieran configurado ciertas partes de mi cerebro para sentir placer al escuchar esas notas.

No es una cuestión de educación. La música, mal llamada clásica, no era el tipo de música que se escuchaba en mi casa, y sólo entró formo parte de mi vida mucho más tarde, en los cursos de historia de la música, y gracias, como creo, a los genes recibidos de mi madre, que a su vez los recibió de mi abuelo.

De la misma forma que los sentimientos que siento ahora mismo, que escucho el Aria de Las Variaciones Goldberg, no son sentimientos lógicos, ni pueden ser expresados con razonamientos.

Porque la música de Bach es perfecta, nos habla del paraíso, y eso sólo basta para despertar mi entusiasmo, para hacer que, por un momento goce de la gloria.

Pero esa perfección, ese paraíso, no existe en este mundo. La notas dejarán de sonar, tendré que levantarme de esta silla, volver al mundo. Saber que la muerte me espera, que el amor es una ilusión, que la cultura y el conocimiento no son más que espejismos.

Pero, mientras la música sigue sonando, y el paraíso existe, y todas las pruebas son ciertas, y todas las dudas no existen.

Estúpido deseo humano de creer que todo tiene sentido, de que hay una razón fuera de nosotros mismo.

Horrible condena, terrible tortura esta de haber nacido, como muy sabían los clásicos.

jueves, 3 de noviembre de 2005

Reading Dickinson (y 1)

You said that I "was Great" - one Day -
Then "Great" it be - if that please Thee -
or Small - or any size at all -
Nay - I'm the size suit Thee -

Tall - like the Stag - would that?
Or lower - like the Wren -
Or other heights of Other Ones
I've seen?

Tell Which - it's dull to guess -
And I must be Rhinoceros
Or Mouse
At Once - for Thee -

So say - if Queen it be -
Or Page - please Thee
I'm that - or nought -
Or other thing - if other thing there be -
with just this Stipulus -
I suit Thee -



Uno suele creer que lo ha visto todo, lo ha leído todo, que nada ya puede sorprenderle.

Así nos lo hacer creer esta sociedad.

Somos bombardeados con imágenes, con palabras, con sentimientos. Todo es antiguo a los cinco minutos. Sólo es válido lo que vemos en el instante que se nos escapa. Debemos, si querer vivir en este mundo, correr a la búsqueda de novedades, apurarlas antes de que caduquen, arrojarlas al instante.

Sin que a nadie se le ocurra pensar en amarlas o encariñarse con ellas. ¿Para qué? Nadie en su sano juicio se encariña con la basura, sino que la tira en cuanto tiene ocasión.

Así transcurre nuestra vida, sin que nada quede en ella, ni siquiera recuerdos, puesto que no podemos memorizar todo.

Todo encuentro es superficial, todo conocimiento es imperfecto, todo amor es de una sola noche. No puede ser de otra manera. No hay tiempo para profundizar, no hay tiempo para entrenerse, no hay tiempo para divertirse, porque lo siguiente viene ya empujando, exigiendo su lugar al sol.

De vez en cuando, se encuentra a alguien que nos parece importante.

Quisiera utilizar la palabra definitivo pero es demasiado grande, demasiado pesada, para lo que quiero decir.

A veces se encuentra a alguien con el que se desearía estar. Alguien cuyas opiniones, cuyas percepciones, cuyos extremos, fortalezas y debilidades coinciden con las nuestras. Alguien que nos habla con nuestras mismas palabras o, mejor dicho, aquellas palabras, aquella voz con la siempre quisimos hablar, pero que nunca llegó a ser la nuestra, por que nos faltó el valor, el talento o la oportunidad.

Sin poder evitarlo saboreamos esas palabras, esos pensamientos, una y otra vez. Para nuestra sorpresa, para nuestro estremecimiento, el uso no las desgasta, al contrario, poco a poco, las impurezas del significado se desprenden y desaparecen, para dejar la idea, el símbolo, la revalación, al descubierto, cual fruto maduro delicioso, que nos espera.

Y no nos importa lo que los demás piensen, ni su burla, ni su desprecio, ni su desencanto, ni su frialdad. Sabemos que estamos en el buen camino, aquel contruido sólo para nosotros, aquel que nos lleva al hogar.

En esas ocasiones, poco importa que el depositario de esas ideas sea un muerto hace casi siglo y medio, o una persona que viva, sienta y ame al otro lado del mundo. La conexión ha sido establecida, nada puede romperla, y sólo se desea volver una y otra vez al lugar querido, abándonando el resto de placeres, que se han revelado como lo que són, espejismos y fantasmas, completamente inútiles para nuestro existir.

Por eso me pregunto, ahora que he encontrado a Dickinson, si no será mejor olvidarse de la actualidad y el mundo, limitarse a unos cuantos libros, unos cuantos discos, unos cuantas películas y vivir sólo con ellos, hasta que se los sepa uno de memoria, hasta que formen parte de uno mismo, como un hábito que no se percibe ya, al igual que no percibimos nuestro propio cuerpo.

Pero quizás es que uno es demasiado viejo y quedóse anclado en el pasado, mientras que el mundo ha seguido su camino.

sábado, 29 de octubre de 2005

Alejandro y su cronista



En la antiguedad era común plantear esta paradoja. ¿Quién era más importante? ¿Alejandro, que había conquistado el mundo entero? ¿O su cronista que se había limitado a seguirle y describir lo que ocurría, sin que su participación pudiera decidir el resultado de las campañas?

Alejandro, evidentemente, respondía el alumno. El había concebido la idea, planificado las campañas, convencido a sus subordinados de que podía hacerse, insuflado coraje en sus soldados, mantenido la sangre fría en los momentos difíciles, descubierto los puntos débiles de sus enemigos.

Cierto, respondía el sofista, pero si el cronista no nos hubiera contado todo eso, Alejandro que salió de Macedonia y subyugo el mundo entero, no sería distinguible del inválido que se quedó en Pella, la capital del reíno, sentado sobre su montón de estiercol.

Ambos serían unos completos desconocidos, olvidados por todos.

Es más, continuaría el maestro ¿Cuánto hay de invención, cuánto de error, en el relato? Nadie recuerda en la India que Alejandro llegara hasta allí. ¿Quién nos asegura que no se quedo haraganeando en Samarcanda o en Persépolis? Lo mismo todo fue un cuento, para demostrar ante el mundo que no había estado perdiendo el tiempo, que si lo hacía con las manos vacías, no era porque no lo hubiera intentado, sino porque las dificultades habían sido insuperables.

¿Y Cuál es el Alejandro verdadero? ¿El de Plutarco? ¿El de Quinto Rufio? ¿El de Arriano? ¿El fantástico y maravilloso del Pseudo Calístenes, en el cual creyó la Edad Media entera, cristianos y musulmanes por igual, y fue represetantado y comentado una y otra vez?

Lo mismo ocurre con el arte.

¿Quién es más importante? ¿El artista que crea el objeto artísticos? ¿El espectador que decide que objetos son arte y cuales no?

Y si en el caso de Alejandro y sus cronistas podía existir alguna duda, en el caso del artista y su publico no existe ninguna duda.

Si el espectador quisiera, crearía un arte sin ningún artistas.

De hecho lo hace todos los días sin darse cuenta.

Al mirar a las nubes, al contemplar los árboles, al descubrir un cuerpo joven y hermoso.

Con sólo decir. Esto es bello.




martes, 18 de octubre de 2005

Realismos ... (y 2)

Releyendo mis anotaciones del día anterior, no puedo quitarme la idea de un profesor cascarrabias, entrado en años, olvidado ya del amor que tenía al arte, preocupado únicamente por demostrar su sapiencia ante los demás, para construirse, con sus palabras, una altísima columna desde la cual mirar con desprecio a los ótros... al menos a aquéllos que no se inclinen, con adoración, ante ella.

No es por eso por lo que uno toma esto del arte y las exposiciones como afición... al menos no es el motivo por el que debería tomarlo.

El goce debería ser interno, entre el objeto y el espectador, despojado de todas las enseñanzas y doctrinas, que sólo son muletas que nos entorpecen el paso. Algo tan inocente que nos llevase a compartirlo con los demás, no con todo el mundo, sino con aquellos que consideramos nuestros amigos, para cogerles del brazo y llevarlos a verlo, porque no pueden perdérselo.

Mirar sin que importe la firma, ni el estilo, gustar basándose en los propios gustos, no en los de los demás.

En otro tiempo, no me importa confesarlo, al ver los cuadros de Derain aquí expuestos, hubiera torcido el gesto y me hubiera apartado, especialmente al comprobar el nombre del artista.

"He aquí" me diría a mi mismo, completamente seguro de mi sapiencia "un Derain post Derain. Una obra de cuando había abandonado los ideales de la vangüardia y se había perdido, algo prescindible, algo en lo que no merece perder el tiempo."

Así pensaba yo no hace mucho.

Cuando uno es joven tiene el privilegio, sin habérselo merecido, de estar siempre en la cresta de la ola. Haga lo que haga, seguir u oponerse, creamos y componemos la acutalidad, forjamos las reglas de la actualidad y vivimos acorde a ellas.

Pensamos que todo será siempre así, que continuaremos marcando el ritmo, riéndonos del futuro, carcajeándonos del pasado, porque, quien puede dudarlo, sólo nosotros tenemos razóm, y nadie antes la ha tenido. Al fin y al cabo todos somos jóvenes... y nadie puede contradecirnos. Los viejos morirán pronto, los nuevos jóvenes aún no han nacido.

Las olas rompen, no obstante, pero en la vida, lo hacen sin estruendo, sin espuma, sin resaca. De repente estás sentado en la playa. Ser fiel o rebelarte no tiene ya ningún sentido. Ambas respuestas sólo provocarán la risa de los que ya están detrás empujando.

Sólo queda seguir adelante, por el camino al que tú mismo te condenaste, sabiendo que no lleva a ninguna parte, pero que al menos es tu camino, no el de ningun otro.

Entonces es cuando aprecias la obra de los francotiradores, eso que seguirían estando aparte, incluso cuando llegasen los suyos, como Derain, como Hopper, como Heartsfield, como De Chirico, como Balthus, como Pirandello, como Fautrier...

lunes, 17 de octubre de 2005

Realismos...

Como comienzo de la temporada de exposiciones en Madrid, el Museo Thysen, junto con la Fundación Caja Madrid, presenta lo que se pretende un compendio/ejemplo del realismo en el arte occidental entre 1920 y 1945

La muestra intenta, en cierta medida, demostrar que frente a la espectacularidad de las vanguardias históricas, existió un algo más, otra corriente subterránea, heredera en cierta manera de la tradición renacentista y que surgiría de nuevo al llegar el reflujo de las vangüardias.

Objetivo en el que fracasa completamente... no porque el realismo no sea otra corriente más dentro de las vangüardias históricas, tan importante como las más rebeldes, si no porque se enreda en sus propios planteamientos.

En efecto, la fecha con la que se abre el recorrido, 1920, es sintomática. No es necesario ser un experto en la historia del arte para relacionarla enseguida con lo que se conoció entonces como L'appel al ordre. Tras la catástrofe de la segunda guerra mundial, los artistas que habían asaltado los fundamentes del arte en los inicios del siglo XX parecieron renunciar a esa agresividad y espíritu levantisco. Se tranquilizaron y dejaron la agitación a otros.

En ese sentido, la inclusión de Derain como apertura no puede ser por menos que ser acertada. Uno de los miembros más vocales de los Fauves, un pintor a la altura de un Matisse en aquellos primeros años, alguien que había rozado la abstracción pura y había estado a punto de embarcarse en ella, de repente se puso a pintar casi al estilo un Chardin... algo que no se comprendíó en su época y aún hoy resulta casi imcomprensible.

Es precisamente esta inclusión la que demuestra las limitaciones y errores de la propuesta. La appel al ordre fue general entre los pintores consagrados de entreguerras, los cubistas, Picasso, Braque, Léger, Gris sufrieron un ataque de clasicismo y empezaron a pintar como si hubieran abjurado de sus propias conquistas. ¿Por qué entonces incluir a Derain y no a los otros? Quizás porque Derain continúo en esa vía, mientras que para el resto fue sólo algo pasajero.

Derain se transformo en una individualidad aislada, lejos de corrientes y demás, en un francotirador que pintaba como quería, sin rendir cuentas a nadie. Así ocurre con cada uno de los pintores que formar la muestra, cada uno de ellos es una personalidad aislada, y esto es más notable aún en la parte de las exposición que está en la casa de las alhajas. Balthus, Heartfield, Pirandello, Hopper, son artistas independientes y originales, demasiado distintivos e importantes para ser incluidos en ningún "ismo", aunque éste se llame "realismo". No crearon ni siguieron escuela puesto que no cabían en ninguna, y sus "realidades" son tas dispares y tan incompatibles como las de las mismas vanguardias.

Una ausencia mayor sirve para destruir este concepto de "realismo" como el ismo olvidado del siglo XX. Los años que nos ocupan vieron la ascención de la pintura/proganda del régimen, en fascismos, nazismo y estalinismos. Este estilo oficial como es bien sabido, era en todos el mismo, y respondía al nombre del nazismo. Extraña exposición esta que, centrada el el periodo de entreguerras, no recoje esta pintura.

Llamativa ausencia, que explica también el olvido de estos pintores independientes, de manera involuntaria, su libertad e independencia, quedó contaminada y envenada por la distorsión del arte a manos de los totalitarísmo. Todo aquel que no quisiese ser tachado de nazi o fascista, tenía que tomar el camino de la vanguardia, no el del realismo.

miércoles, 14 de septiembre de 2005

Atatakai

¿Quién relaciona las palabras con sus sonidos?

¿Quién hace que caress pronunciado por una boca inglesa sea tan dulce como las propias caricias?

¿Quién esperaría que streicheln, una palabra áspera, dura y angulosa, tan alemana, en definitiva, significase eso mismo, acariciar?

¿Quién podría imaginar que Atatakai, algo que es casi un tartamudeo, un trabalenguas, el ronquido de un motor que arranca, significase cálido en japonés?

¿Quién podría adivinar que lo utilizasen para el amor, y que sonase tan dulce, tan suave, tan acogedor, tan definitivo, en sus labios?

martes, 13 de septiembre de 2005

Romanticismos

Romántico.

Pocos adjetivos tan utilizados y por ello precisamente, sin apenas ya significado, fuera de cierto modo de entender los rituales de apareamiento, lo que yo llamo, con sorna, el romanticismo de velitas

O como insulto. Como indicación de inmadurez.

Varias veces me lo han dirigido, ya sea de viva voz o sólo con el pensamiento.

En esas ocasiones siempre siento lo mismo.

El deseo de volverme y espetarles estas palabras.

¿Tú sabes que es un romántico? ¿No sabes que eres el auténtico romántico?

Nunca encuentro el valor. No valdría la pena. No entenderían lo que estoy diciendo.

Pero es cierto.

Nuestra sociedad es una sociedad romántica, sin saberlo.

Nuestra sociedad ama la noche y lo que ella trae. La obscuridad y sus monstruos. Los lugares ocultos, donde los placeres están permitidos, la perversión y la enfermedad, la muerte y la putrefacción.

La carrera alocada hacia el abismo. Sin importar como se acabe, a quien se lleve uno por delante.

La violencia como forma del amor, como su única expresión real.

Pocas cosas tan cercanas al sentimiento romántico, aquel tiempo que buscaba los cementerios y adoraba los muertos, aquel que hablaba de la enfermedad como el culmén de la belleza, aquel que consideraba la tuberculosis como algo a la moda.

Aquel que creo los monstruos y se enamoró de ello. Aquel tiempo que temblaba de placer ante la visión de la fealdad y deformidad, que deseaba su contacto, ser poseído por ellas.

Aquel tiempo donde la mejor muerta era recibir una bala en la frente, mientras se lideraba una carga de caballería, blandiendo el sable, borracho de gloria, sin que fuera posible darse cuenta de que se caía en los brazos de la muerte.

Mientras que yo, sólo y aparte en esta sociedad, amo el día y la luz, los mares tranquilos, las apacibles montañas, los inmensos bosques, los cielos azules, las frescas mañanas y las tardes eternas.

Dejar pasar la vida hasta el momento de la muerte, sin emociones, sin sobresaltos. Contemplando el espéctaulo del mundo, admirando su belleza, sin que nada más me fuera preciso para ser feliz.

Yo, el llamado romántico, no soy más que un vulgar neoclásico.

Tratando de encontrar orden en el desorden, cuando sé que no existe, huyendo de la confusión, mientras lo otros la anhelan, se sumergen, se arrojan en ella.

Convertido en un vagabundo. En un paria. En un desclasado y un rebelde.

Cuando lo que quisiera ser es todo lo contrario.

jueves, 8 de septiembre de 2005

En soledad

Nuestra sociedad, esa sociedad que creemos perfecta y completa sólo porque tolera nuestros vicios y ríe nuestras payasadas, ha convertido en un ídolo, en un ideal lo que llaman la soledad.

La soledad.

Cada vez más personas dicen preferir vivir solas, amar la independencia, no tener que servir a nadie.

Llevar una vida plena y libre, entregados a sus intereses, dictándose ellos mismos el camino.

Rodeados de gente a la que quieren y que les quiere. Borrachos de humanidad. En un verano eterno.

¿Hablamos de lo mismo?

Eso de lo que presumen tantos ahora no es la soledad. No es estar solo salir todas las noches de marcha, disfrutar de cuantas amantes se te antoje, llenar los tiempos vacíos con películas, con discos, con libros, con la Internet

Eso es vivir acompañado, con todas sus ventajas y ninguno de sus inconvenientes.

Eso no es la soledad.

Los solitarios, los auténticos solitarios lo sabemos.

Porque la soledad, vivir en soledad, significa preferir ésta al contacto con la gente, evitar el contacto con alguien simplemente porque ése día no quieres ver a nadie, arriesgarse a no volver a verla por el desprecio que le has hecho.

Sin poder contar a esa persona - quien podría creerte - que no lo haces porque le odies, porque odies al mundo, sino simplemente porque no te sientes a gusto entre tus semejantes, porque no sabes comportante cuando estás con ellos, porque no sabes expresar lo que sientes, ni nunca podrás decírtelo.

Porque sólo puedes contártelo a ti mismo, a solas.

Porque sabes que estás aparte. Que tu camino no se cruza con el del resto. Que nunca se cruzará. Que de hecho no quieres que se cruze.

Sentir dolor, al mismo tiempo. Experimentar el absurdo de amar la soledad y de sufrir por estarlo. Porque observas desde tu silla al borde del camino, espectador que nunca participa, que desconoce las reglas del juego y ya no sabe como aprenderlas, el modo en que los demás van envejeciendo, la manera en que, a lo largo de ese camino, van consiguiendo aquello que tú anhelas. Un amor. Hijos. Serenidad. Cariño, en definitiva. Alguien que les saluda al llegar a casa. Algo de Felicidad, aunque sea minima.

Perder una tras otra a las personas que has amado. Saber que es culpa tuya, que nadie puede vivir contigo, porque nadie puede vivir en un glaciar, nadie puede esperar eternamente a que te descongeles, a que los bosques cubran las laderas, a que la vida ascienda a las montañas. Entre otras cosas porque tú subirás más alto, rehuyendo el contacto.

Vivir entre las ruinas de tus sueños. Saber desde el principio que nunca debiste permitirte soñarlos. Descubrir que has malgastado tu vida persiguiendo fantasmas, enamorado de ellos, fascinado por ellos, y que ahora como los libros antiquísimos, se deshacen en polvo entre tus dedos.

Desear la muerte, en definitiva. Ansiar que un día te vayas a acostar y no vuelvas a despertarte.

Saber que tampoco eso te será concedido.

miércoles, 7 de septiembre de 2005

Reading Whitman (y 4)

The love of the body of man or woman balks account, the body itself balks account
That of the male is perfect, that of the female is perfect.


Nuestro mundo, esa sociedad que consideramos como la mejor de las posibles, aunque aparentemos rebelarnos contra ella, ese mundo coloca todo en cajitas, clasifica y encasilla a los seres humanos, independientemente de los deseos de cada individuo.

No hay mejor ejemplo que el sexual. En este campo, en esta sociedad, en este momento, no puede haber grises. Todo tiene que ser blanco o negro. Normal o anormal. Fortalecido por el poder aplastante e intolerante de la mayoria o atrincherado tras la consciencia orgullosa y suicida del Ghetto.

De esta forma cualquier relación profunda tiene que acabar necesariamente en la cama, es más se fuerza a que acabe allí, especialmente si se trata de personas del mismo sexo.

O eso o la renuncia a esa relación especial.

Como puede ser también el caso de la apreciación del cuerpo humano. Ahora, en estos tiempos de supuesto libertad, cualquier representación del cuerpo tiene que ser obligatoriamente sexual. Cualquier imagen del ser humano desnudo, tiene que provocar obligatoriamente la erección o el deseo de ser penetrado, la reacción impuesta por la elección sexual.

Por tanto los hombres que se consideran hombres sólo pueden considerar bello el cuerpo femenino, nunca el masculino, so pena de formar parte del "otro", so pena de cruzar una frontera sin retorno, pues ya se sabe, todos los popes y pensadores lo proclaman, que la elección sexual es definitiva, no permite la marcha atrás.

Ideas extrañas.

No. Ideas extrañas las mías.

Educado en un ambiente que practicaba el nudismo, que animaba a admirar el propio cuerpo y el de los demás, educado más tarde en la escultura y la pintura del pasado, también tan centrada en la loa de la carne y la piel, la visión de los cuerpos desnudos no provoca en mí ninguna reacción, a menos que así lo desee yo.

Ninguna reacción que no sea la de apreciar su belleza, al igual que admiro los cielos esmaltados con las nubes o el entramado de las ramas de los árboles.

La misma tristeza y alegría que provoca la observación de la belleza. De la belleza desnuda, sin afeites ni oropeles, desconocedora de su gloria, plena en su fragilidad.

Enfrentada al miedo con que aún observamos el cuerpo, nuestro cuerpo, que aún consideramos como fuente del pecado y de la disolución.



Have you ever loved the body of a woman?
Have you ever loved the body of a man?
Do you not see hat these are exactly the same to all in all nations and times all over the earth.


Por ello, cuando visito el Museo del Prado, siempre dedico algún tiempo, aunque sean unos minutos a visitar la sección de escultura.

Y me quedo mirando, en la rotonda, el busto de Antinoo.

Debe ser un extraño espectáculo, menos ahora que have unos años, el de un hombre no tan joven observando con ojos arrebatados el busto de un joven.

Casi puedo imaginar los comentarios.

Pero pocos pueden sospechar lo que pienso. El ver reflejado allí la gloria de la juventud. La belleza, el vigor, la fuerza, la serenidad que me hubiera gustado a mi tener cuando joven y no el cuerpo, débil, apocado, siempre cansado que heredé de mis padre.

El cuerpo que me gustaría ver cuando me ducho, reflejado en el espejo, y no el mío.

Pero miro al otro extremo de la sala. Y descubro a Adriano, separado eternamente de Antinoo, sin poder alcanzarle, mirándo a quien fuera su amante. Y extrañamente puedo entender su deseo. La aspiración por alcanzar la perfección, aunque sea en otro. La melancolía que produce ver la belleza. La desolación que trae a un mundo donde no debería estar, pues vivimos en el infierno y no en el paraíso.

Marcho entonces a una sala cercana.

Allí en la onbscuridad, iluminada a la perefección. Sóla, puesto que aunque esté rodeada de otras estatuas, su perfección las aplasta, está la Venus de Ammanati.

Ensimismada. Sin prestar atención a los mortales. Desnuda, pero segura de sí misma, puesto que su propia perfección la protege, como un escudo que nos impide acercarnos.

Un sueño, una aparición. Lo inalcanzable. Lo imposible.

No es real, así lo dice el verde del bronce. No es real, pero su piel es tan suave como la de una mujer de las caminan a mi lado, de las que se detienen un instante y vuelven a marcharse. No es real, pero tengo la impresión de que el metal hecho carne cedería a mi presión si lo tocara.

No es real, puesto que como todas las estatuas no tiene mirada, pero bajo su piel se tensan los músculos y su movimiento eternamente detenido parece ir a reanudarse en cualquier instante.


Entonces entiendo porque Pigmalion se enamoro de Galatea, aunque fuera una estatua fría e inerte.

Entonces lamento que ya no existan los dioses que puedan conceder esos deseos.


If anything is sacred the human body is sacred.

martes, 6 de septiembre de 2005

Reading Whitman (y 3)

The wife - and she is not one jot less than the husband,
the daughter - and she is just as good as the son,
the mother - and she is every bit as much as the father.


El poeta universal.

Aquél que ha visto todo, conocido todo, experimentado todo.

Aquél que no puede renunciar a nada, ni prescindir de nada.

Aquél que incorpora todo en sí. Que lo acumula y mezcla, que deja que fermente y se transforme, hasta que se conviete en propio.

Aquél a quíen es imposible no llegar a la idea de igualdad. Puesto que es evidente. Puesto que no es producto de una necesidad política, ni de una ideología impuesta. Ni necesita de aspavientos, ni de grandes declaraciones.

Sino que es algo tan normal como quedarse dormido o levantarse. Como respirar o tener sed o tener hambre.

Porque cada persona es igual de importante, cada persona alberga un tesoro en sí, cada persona puede enseñarnos lo que no sabemos que desconocemos, abrirnos nuevos caminos.

Sin importar cual sea su sex, o su origen, o su suerte, o su posición.



We consider the bibles and religion divine... I do not say that they are not divine
I say that they have all grown of you and may grow out of you still
It is not them who gave life, it is you who give the life.
Leaves are not more shed from the trees or trees from the earth than they are shed of you.



Y de la misma manera, puesto que la persona, el individuo, es lo primero, el resto, sus creaciones, sus instituciones, sus ideologías, sus reliones, son secundarios.

Importantes en tanto que le sirven, desechables en cuanto intentan dominarle.

Grandes, perfectas, hermosas, puesto que proceden de seres que llevan inscritos en sí esa grandeza, esa perfección, esa hermosura.

Odiosas, detestables, podridas, en cuanto olvidan, y quieren hacer olvidar a los hombres, que no son más que productos, consecuencias, herramientas. Que de ellas no puede surgir nada que no estuviera ya en los hombres que creen en su existencia, que por sí solas son incapaces de crear.

Que abandonadas a sí mismas, desprovistas de los hombres que las trajeron a este mundo, perdido de vista su finalidad, que es esos mismos hombres que las produjeron, sólo saben destruir, corromper, aniquilar.

Ninguna se salva. Ninguna. A pesar de sus protestas de santidad, de perfección y de bondad. Todas siguen el mismo camino, si olvidan a los hombres, pero no a esa abstracción que llamamos "hombre", "humanidad", si no a cada hombre, a cada pequeño individuo que nunca llegara a alcanzar la gloria, que sólo aspira a construir un poco de orden y de belleza en el breve espacio que le queda hasta la muerte.

Y así desconfío, casi como Whitman, de todas las grandes palabras, de todas las grandes ideas.

Porque la mayoría, todas en realidad, no son más monstruos, creados por nosotros mismos, alimentándose de nosotros.

viernes, 2 de septiembre de 2005

Reading Whitman (y 2)

Why what have you thought of yourself?
Is it you then than thought yourself less?
Is it you than thought the president greater than you? or the rich better than you? or the educated wiser than you?



El poeta de la democracia.

No, me equivoco, el poeta del hombre corriente. El único que puede aspirar a ese título.

¿Cómo es nuestra sociedad?

Tenemos que tener más de todo. Más dinero, una casa mayor, un coche más potente, el último artilugio tecnológico. Tenermos que tener más DVDs que el vecino, más libros, más amantes, más viajes que anotar en la libreta. Nuestras borracheras tienes que ser mayores, nuestros polvos más largos e intenso.

Si no actuamos así, si no imitamos y superamos a los demás, no somos nadie.

Y todo esto tiene que hacerse a la carrera. En eterna competición con los demás, apartándolos violentamente, pisoteándolos. Aunque nos falte el aliento, aunque se nos doblen las piernas de cansancio, aunque todo sea sepulcro y muerte.

No hay otra forma de vivir se nos dice. Así lo claman las figuras, los fantasmas que pueblan las pantallas de televisión, las imágenes que se asoman a las páginas de revistas y periódicos.

Tenéis que ser como yo, que he triunfado, que he vencido en la carrera, que domino y poseo el mundo, al que se dirigen todas las miradas, todos los objetivos, aunque sólo sea por un segundo. Yo soy vuestro modelo. Yo soy mejor que todos vosotros. Lo he sido desde siempre. Y aquél que no consiga llegar a donde yo estoy no merece la vida, no merece llamarse ser humano.

Así lo corrobora la multitud de aduladores, contertulios, articulistas, comentaristas, locutores, presentadores, filósofos, pensadores, artistas, cineastas,intelectuales, todos con la mismas voz, todos cantando la misma canción, todos creyéndose originales y distintos.

¡Gloria al gran hombre! ¡Gloria al triunfador! ¡Gloria a aquel cuyo triunfo se levanta sobre el fracaso de otros!


Queda la voz de Whitman.

Queda su voz tranquila, placida y reposada, pero suficiente para acallar la de los que gritan porque no tienen ideas, puesto que sólo así logran convencer a los demás.

Es el hombre corriente el auténtico héroe, el auténtico triunfador. No el político, no el cantante, no el famoso, no el deportista, no el piloto, no el aventurero, sino aquel que día tras día tiene que levantarse temprrano, perder su vida en un trabajo que odia, sacrificarse, marchitarse...y todo eso sin queja alguna.

Esas son las gentes que deben ser cantadas y ensalzadas. Los olvidados. Los ofendidos. Los humillados.

Y Whitman es su poeta.

El que canta la belleza de sus vidas. La grandeza y la perfección de sus actividades. Del despertar a un nuevo día, del acostarse rendido y entregarse al sueño. Del vestirse y arreglarse, del lavarse y acicalarse, del marchar y del volver al trabajo. De todos los actos cotidianos, repetidos una y otra vez, aparentemente sin sentido, pero más grandes que cualquier acto de voluntad ostentoso de los falsos grandes hombres.

Y por encima de todo, el milagro constante que supone este mundo, el milagro que supone que haya atardeceres y amanaceres, que la luna ascienda, que las estrellas se enciendan, que el viento sople y que las nubes cubran el cielo, que las olas rompan en la orilla y que la marea nunca falte a la cita.

Que haya que nacer, y que haya que morir, que el sueño nos libere de nuestros afanes, que tengamos un cuerpo y que éste nos lleve a amar a otro cuerpo, tan diferente y tan igual al mismo tiempo.

O que simplemente esta carne y estos huesos, esta finitud, esta insignificancia que somos, nos permita gozar de la maravilla de este mundo.

Que nosotros mismos seamos una maravilla más.

martes, 30 de agosto de 2005

Reading Whitman (y 1)

I see something of God each hour of the twenty-four, and each moment of then,
In the faces of men and women I see God, and in my own face in the glass,
I find letters from God dropped in the street, and every one is signed by God's name
And I leave them where they are, for I know than others will punctually come forever and ever.


Palabras, palabras, palabras.

¿Cuánto duran?

Las lee uno a una edad, las disfruta, las saborea, las lleva consigo cierto tiempo, parte de la propia vida, creyéndolas eternas.

Pero finalmente se olvidan, ceden y desaparecen. Queda sólo el recuerdo, cuanto me gustá aquel poeta, con que entrega leía yo en aquel entonces, que altos ideales eran los míos en aquél tiempo, que profundos eran mis sentimientos.

Llega el instante en que ves el libro en la biblioteca, en que sientes el deseo de volverlo a leer.

En ese instante, cualquier buen lector conoce la misma sensación, idéntica duda. Todo aquel lector, claro está que no haya anestesiado su sensibilidad con los sistemas, que se haya entregado a las páginas, sumergido en las frase, permitido que la corriente de los pensamientos de otro le arrastren.

Siempre la misma duda. ¿Me gustará aún? ¿Cómo lo encontraré? ¿Habrá envejecido? Preguntas que son mentiras, porque los libros no envejecen, las obras no mutan, somos nosotros los envejecemos, somos nosotros los que decaen, somos nosotros los que perdemos la fe, los que olvidamos como hay que mirar de verdad.

Los que entronizamos la ironía, los que nos burlamos de aquello que antaño considerábamos sagrado, simplemente para desviar la atención de los demás, para que su burla, su desprecio caigan sobre otros que no seamos nosotros.

Para no tener que admitir que hemos perdido las fuerzas, que nuestra mente no es tan aguda, que ya no somos los que éramos, que nunca podremos volver a serlo.

Y sin embargo, de repente, encuentras un poeta, un escritor, unas frases, que nos sacuden, nos conmueven, derrumban nuestro edificio de mentiras, nos devuelven a aquel que fuimos, a aquel que miraba el mundo como si fuese su hogar, a aquel ante quien todas las posibilidades estaban abiertas, a aquel que iba a apurarlas por entero.

El dolor, entonces es mayor. Desearías no haberlas leído. Desearías no haberlo sentido.

Porque el camino de vuelta está cerrado. No existe ya.

Y aunque existiera. No te permitirías el regreso.



Do I contradict myself?
Very well Then... I contradict myself.
I am large... I contain multitudes.



Pero todo esto, mis palabras por supuesto, no las de Whitman, no son más que tópicos, fáciles ideas que mi mente recoge y escribe para no tener que trabajar. Pensamientos que huelen a rancio, que excitan la risa de mis contemporáneos, que ya eran rancios el día que se crearon.

¿Y que tiene que ver esto con Whitman?

Lo de siempre, que me siento más cerca de él, de su palabras, aunque mi percepción sea equivocada, aunque mis conlusiones sean distintas de las suyas, me siento más cerca de él, de sus afanes y deseos, que de los afanes y deseos de mis contemporáneos.

Avanzando un poco más en el camino de la soledad y la catástrofe, pensando siempre que sería mejor dar media vuelta y unirme al resto, continuando el camino, sin embargo, gozando del punzante remordimiento que es mi eterno compañero.

miércoles, 17 de agosto de 2005

YKK ( y 4)




I believed that a leaf of grass is no less than the journeywork of the stars
And the pismire is equally perfect, and a grain of sand and the egg of the wren,
And the tree toad is a chef d'ouvre for the highest
And the running blackberry would adorn the parlors of heaven
And the narrowest hinge in my hand puts to scorn all machinery
And the cow crunching with depressed head surpasses any statue
And a mouse is miracle enoug to stagger sextillions of infidels
And I could come every afternoon of my life to look at the farmer's girl boiling her iron tea-kettle and baking short cake

Walt Withman -- song of myself

jueves, 28 de julio de 2005

YKK ( y 3)



Tristeza. Melancolía. Perdida

Lo he señalado ya antes. Ésas parecen ser las constantes de este cómic, pero sería más exacto hablar del concepto japonés del mono no aware, cuya traducción literal sería la tristeza de las cosas.

Sin embargo, esta traducción no refleja el sentido exacto del término. Las cosas de este mundo no son triste porque sean feas o desagradables. Muy al contrario. Este mundo es bello, inmensamente hermoso, conmovedor hasta el extremo... y ahí precisamente radica su tristeza, porque al mismo tiempo es transitorio y fugaz, todo aquello que se posee en un instante, de lo que se goza en un tiempo dado, habrá desaparecido en el momento siguiente, se nos arrebatará, sin que nada podamos hacer por impedirlo.

No son ideas extrañas a nuestra cultura, aunque las hayamos olvidado. El mismo impulso anidada en estoicos y hedonistas de tiempos antiguos, de la Roma y Grecia clásica. El darse cuenta de que todo placer es transitorio, de que todo goze tiene un final, de que toda alegría se transforma en dolor.

Pero el mono no aware no es una llamada a la desesperación y el abandono. Muy al contrario, es una llamada de aviso para que no perdamos el tiempo, para que aprovechemos el corto intervalo que nos ha sido concedido, para que miremos lo que hay delante de nosotros y lo disfrutemos.

Pero no es tampoco una caída al torbellino. Aquellos que corren en pos de sus sueños, en el fondo están huyendo de ellos, pierden la vida al igual que los que se enclaustran y encierran. La urgencia por disfrutar la vida y el mundo que supone el mono no aware, lleva implícita, como es de esperar en un ambiebte budista, la paz y la tranquilidad, el acallar las voces y los ruidos que nos distraen de la observación del mundo, el detener el tiempo y ponerlo luego en marcha, a ritmo lento, el ritmo que nos permita seguir sus ciclos, adaptarnos a ellos, sumirnos en su seno.

Así, página tras página, asistiremos a atardeceres y amaneceres, al comienzo de la lluvia y a su final, a la caída de la nieve. Veremos el paso de las nubes, albortadas por el viento o fijas en lo alto de cielo, contemplaremos el cielo estrellado y la tierra cubierta por la escarcha, el ir y venir incesante de las olas, la llegada de la marea, el ascenso de la luna.

Todas las cosas que hemos olvidado en la ciudad. Todo lo que los altos edificios, el estruendo del tráfico, la luz cruda de las faroles, nos oculta y difumina, nos hurta y escamotea.

Todo ello en el más absoluto silencio.

Con un sentimiento de completidud y al mismo tiempo de vacío.

miércoles, 27 de julio de 2005

YKK (y 2)




Aparentemente, la historia de este cómic no es más que un lugar común, tantas veces repetido con mayor o menor fortuna. Ni más ni menos que la descripción de un mundo post-apocalipsis, un tiempo donde el nivel de los mares ha ascendido y continúa haciéndolo, sumergiendo las ciudades costeras. Una época donde las estaciones comienza a confundirse entre sí y donde, lentamente, pueblos y ciudades desaparecen, a medida que la humanidad envejece y se extingue. Un lugar donde los robots viven entre las personas y son indistinguibles de ellas, excepto porque no envejecen y porque sobrevivirán a la humanidad en decadencia.

Un marco donde se podría pensar en el desarrollo de una historia á la Mad Max, Terminator o Matrix , una excusa para el espectáculo de acción desenfrenada y la descripción de la violencia naturalista, con la complicidad del espectador, en lo que se conoce, en el mundo anglosajón, como explotation, el uso de crueldad y salvajismo para provocar placer entre el público.

Nada más lejos de las intenciones de este cómic.

En los once años que lleva este cómic publicándose, ese tiempo ha transcurrido también en la ficción. En esos once años hemos visto crecer, madurar y envejecer a los personajes. En esos once años hemos conocido ese mundo, descubierto las consecuencias de la catástrofe, pero no se ha revelado nada acerca de ella.

A la humanidad, a la humanidad que habita el mundo de YKK no le importa lo que pudiera ocurrir o quien lo causara. Fuera lo que fuera es irremediable, fuera quien fuera el culpable, catigarlo o perseguirlo no serviría de nada, no arreglaría nada. Enfrentada a la extinción segura, abocada a la muerte, sin futuro ni esperanza posible, al igual que cada uno de nosotros aunque queramos negarlo, a la humanidad sólo le queda una única salida.

Vivir en este mundo, disfrutarlo hasta sus últimas consecuencias, sabiendo que cada momento es irremplazable, consciente de que cada instante puede ser el último. Como se señala en uno de los momentos cumbres, abrir los ojos y mirar lo que hay ante ti. Darse cuenta de todo, de toda la belleza que nos estábamos perdiendo por correr sin sentido en pos de fantasmas y mentiras. Aquietarse y tranquilizarse, dejarse llevar, vivir con sencillez, vivir en paz, hasta que llegue la hora.

Y es en este mundo, donde viven los robots de los que hablábamos antes, insdistiguibles de las personas, tratados por la humanidad marchita como seres humanos iguales a cualquier otro, programados a propósito para sentir las mismas inclinaciones que los seres humanos, para experimentar los mismos sentimientos, para gozar con la misma intensidad, con igual profundidad, del mundo y de los que viven en él.

Los hijos de la humanidad, como se dicen en el cómic. Los que la sobrevirirán por un tiempo indeterminado. Los que servirán de recuerdo de que alguna vez existimos.

martes, 19 de julio de 2005

YKK (y1)




En nuestra era de aparente absoluta libertad, no hacemos otra cosa que construirnos, nosotros mismos, nuevas cárceles para encerrarnos voluntariamente en ellas... y ufanarnos, tras los barrotes, de que somos libres, de que nadie más ha sido ni será, tan libre como nosotros.

Esta paradoja libertad/limitación pervade todas las artes, incluso aquellas que como el cine y el cómic, apenas acaban de ser inventadas. En concreto, si miramos a nuestro alrededor, a los estrenos y las conversaciones de la gente, parecería que el cómic sólo ha sido y será un espacio para las hazañas de los superhéroes, para los leotardos, la violencia exagerada o los sentimientos y declaraciones simplones.

Esto por supuesto no deja de ser un reduccionismo. Resulta extraño, y triste, que en un momento que el cómic parece haber sido reconocido como el arte que es, las adaptaciones se reduzca a los susodichos comics de la Marvel y la DC. Resulta extraño también, me corrijo, es perfectamente normal, dado los parámetros culturales en los que vivimos que nadie se preocupe en adaptar a Lil'Abner, o Terry and the Pirates, o las obras finales, auténticas novelas en imágenes, del autor de The Spirit, Will Eisner.

Evidentemente estas adaptaciones resultarían demasiado profundas y conmovedores para una sociedad que sólo piensa en vivir a la carrera, escindida entre un trabajo embrutecedor y un ocio no menos destructor. Resultaría también demasiado trabajo de pensamiento para los propagandistas de la nueva era, los nuevos creyentes, aquellos que como los justos de antaño sólo saben repetir slogan tras slogan sin llegar a captar el auténtico significado de lo que predican.

Por eso, resulta reconfortante, esperanzador, encontrarse un cómic como Yokohama Kaidashi Kikoo (Diario de un viaje de compras a Yokohama), procedente de otro ambiente cultural, pero extrañamente similar al nuestro, ya que basta substituir samuráis y robots por superhéroes para encontrar y reconocer los mismos vicios de Occidente.

Y resultante reconfortante y esperanzador porque en medio del ruido y de la agitación cotidiana, el dibujante y guionista de esta obra lleva más de once años dibujando la nada, todas las pequeñas cosas que aparentemente no tienen ninguna importancia, pero que componen y conforman nuestra vida, los infimos detalles que no valen nada, que dejamos a un lado por conseguir más dinero, más fama, más poder, más gloria, más sexo, más de todo, pero que, llegada la vejez, extinguidos todos los deseos, descubrimos que eran los únicos que importaban.

Hablaremos más sobre este comic.

martes, 21 de junio de 2005

El observatorio de Samarcanda.

A las afueras de Samarcanda, tras el inmenso montículo donde están enterradas las ruinas de la ciudad que conquistara Alejandro, hay una pequeña colina rodeada de árboles.

Desde fuera, excepto por la estatua de un gobernante, Ulugh Beg, nieto de Tamerlán y un torre de construcción moderan que se eleva sobre las copas del bosquecillo, nada hace sospechar que allí hubiera algo especial. Tampoco lo parece cuando se alcanza la cima de la colina. Una explanada, la entrada de la torre en cuyo interior hay algunas pinturas, nada de importancia, nada que lo distinga de un parque más en una ciudad más.

Excepto una especie de cobertizo en medio de la plaza.

Cuando se entra cegado por la luz de sol, apenas puede verse más que una zanja. Cuando los ojos se aconstumbran la cosa no mejora, apenas unos cuantos escalones que llevan hasta el fondo, enmbarcados por dos barandillas, sucias y gastadas.

Podría irse uno desilusionado, enfadado por haber caminado hasta allí para encontrarse con cuatro piedras viejas, pero si uno se toma el tiempo para ver y comprender, se llevará una sorpresa.

Los escalones no descienden en línea recta, lo hacen siguiendo un círculo, como si se tratase de un arco de una inmensa rueda, tan alta como una casa de seis pisos. A intervalos regulares, se han tallado hendiduras en las barandillas, y sobre ellas símbolos.

Esta escalera no es tal escalera, se trata de la parte baja un inmenso astrolabio, orientado al sur, un lugar donde un observador, subiendo y bajando por los tramos, podía medir la posición de una estrella que se encontrase en su visual.

Tan preciso era este instrumento, que las tablas astrales elaboradas con él, a mediados del siglo XV, se convirtieron en las más precisas nunca elaboradas, tanto que en occidente sólo serían superadas un siglo y medio más tarde, casi en el XVII, por la información compilada por Tycho Brahe y utilizada por Kepler.

Nunca se supo de esta proeza en occidente, hasta que ya se habían quedado anticuada, tampoc tuvieron la repercusión que debían en el mundo musulman. Babur llegó a ver el observatorio, aún intacto y se maravilló con la obra de su antepasado, no sobreviría mucho tiempo, sería derribado por fanáicos, puesto que no servía al dios único y verdadero.

Su creador había sucumbido mucho antes. Había tenido la audacia, en pleno siglo XV, de afirmar que la ciencia era más importante que la religión, que en caso conflicto era la ciencia quien debía tener la primacía.

Su destino fue el mismo que el de muchos reformadores y progresistas, aún en el siglo XX, juzgado y condenado por las autoridades religiosas, fue depuesto y asesinado.

Una víctima más de la superstición y el fanatismo. Un héroe al que debería ponerse de ejemplo del mundo musulmán, convertirse en su modelo y en su orgullo... pero ahora está más de moda proteger y aplaudir a los imanes, los mismos que le derribaron.

Los mismos que derribarán a cualquiera que se atreva a retar su poder.

lunes, 20 de junio de 2005

Babur

A principios del siglo XVI, vivió en el Asia central BAbur, un descendiente lejano de Tamerlán.

Su carrera es propia de una novela de aventuras, príncipe del valle de la Fergana, en el actual Uzbekistán, y se embarcó en la conquista de Samarcanda, la antigua capital de sus antepasados. Consiguió conquistarla, pero perdió su reíno de origen y cuando volvía a recuperarla, perdió también Samarcanda.

Durante años vivió como un fugitivo, casi un bandido, apoyando a unos señores contra otros, conquistando esta o aquella fortaleza, tentando nuevamente la toma de Samarcanda, perdiendo de nuevo todo... hasta que harto de dar vueltas y revueltas, se dirigió a Kabul y se hizo con la mayor parte de Afganistan.

Contra todo pronóstico consiguió afianzarse allí, a pesar de sus muchos enemigos. No volvería a hacerse con territorios en Asia Central y sus reitarados intentos acabaron casi en catástrofe para él y los suyos. Otro, asqueado, hubiera dejado las campañas y dedicado a disfrutar de lo que había conseguido al fin, pero él había sido guerrero desde que tuvo uso de razón y no podía dejar de guerrear.

Así que se dirigió hacia la India, conquisto lo que es ahora Pakistán, se lanzó contra Dheli y venció a los príncipes hindúes que se le oponían en Panipat. No se detuvo ahí. Enfrentado a una coalición de reyes, tanto musulmanes como hindúes, les derroto en la batalla de Kanauj y se hizo con todo el valle del Ganges, hasta Calcuta y Bangladesh

Suyo era todo el norte de la India, de Afganistán a Birmania. Su imperio, el Imperio Mogol de la India, duraría dos siglos hasta 1730, cuando la locura de Aurengzeb lo hizo caer, pero aún así sus descendiente continuarían gobernando Dehli hasta que los ingleses los depusieran en 1854, tras la Revuelta de los Cipayos. No pasaron inadvertidos a Europa en esos dos siglos de gloria, embajadores de todas las potencias pasarían por su corte para pedir favores y se harían lenguas de las riquezas, el poder y la magnificencia de esa corte.

Pero si Babur fuera sólo un conquistador, uno más de los que han aparecido y desaparecido en la historia, dejando tras de sí una estela de muerte y destrucción, no merecería que se le recordase. Él escribió una de las autobografías más asombrosas que existen, algo que en nuestro entorno cultural sólo es comparable a las obras de César.

Una lectura apresurada no lo muestra. Larguísimas enumeraciones, complejas líneas sucesorias, fanatismo religioso e intolerancia, puntúan aquí y allá el texto. El que se atreva a perderse en la selva de su narración se llevará reconfortantes sorpresas, puesto que Babur, a pesar de la gloria que alcanzó, no se proponé enzalzarse y elevarse. Sus errores, sus equivocaciones, su debilidades están ahí, y el, con una sinceridad increíble para un guerrero o un estadísta, las va desgranando, señalando, criticando, llorando incluso.

Babur no es un guerrero como los que nos imaginamos ahora, dedicado al exterminio y la matanza. Extrañamente, es un presencia cercana a su contemporáneo Garcilaso, uno de aquellos caballeros, imbuídos de un concepto del honor periclitado, que sabían manejar por igual, tanto la pluma como la espada.

De este modo el mismo espacio que se dedica a las batallas, se dedica a la poesía, a la música, a las bellas artes, a recordar todas aquellas personas que dedicaron su vida a la belleza, ese concepto del que tanto se ríe ahora occidente, pero que para Garcilaso, para Babur, para mi mismo era el más noble de todos, por encima incluso del oficio de las armas, el único merecedor de que se grabasen y conservasen los nombres de sus practicantes.

Pero no extingue en eso. Si algo emociona en Babur es su inocencia, impropia de un guerrero, la sensibilidad y sinceridad con que narra los más mínimos accidentes que ocurren en su alma.

Como el día en que, tras muchos años de separación, se encontró con su hermana y ambos fueron incapaces de reconocerse.

O como el día en que probó por primera vez el alcohol.

O como el día en que sintió la llamada del primer amor.

viernes, 17 de junio de 2005

La ciudad de las mujeres

A finales del siglo XIV, en plena guerra de los cien años, vivió Cristina de Pisano.

Como todas las mujeres de su época, se casó muy joven y, como todas, tuvo hijos, tres concretamente, pero cuando su marido murió, no eligió el camino que la sociedad de su tiempo le reservaba, el convento, sino que prefirió convertirse en la señora de su casa, críar por sí sola a sus hijos, y lo que era mayor escandalo y asombro, convertirse en escritora.

No una escritora cualquiera. No una que cantase a la virtud y a la obediencia, sino una que cantase al amor y a la libertad en él, para granjearse, entre sus contemporáneosm la reputación de mujer masculina y, al mismo tiempo, el respeto y la admiración por sus dotes poéticas.

Así entr muchas obrasLa cité des Dames. Al igual que la Grecia de Aristófanes, la Francia de Cristina sufría en medio de una guerra, un conflicto al que nadie veía fin y que parecía enconarse año tras año, reclamando más y más víctimas, hasta consumir el mundo entero.

No queda otra solución tanto para Aristófanes y Cristina que construirse su propio paraíso, libre de los defectos y conflictos de la humanidad. Los protagonistas de ambas obras, Las aves y La Cité des Dames huyen su tiempo y realidad, del que no pueden esperar sino dolor y sufrimiento, para encerrarse en un espacio que les es propio y del que excluyen a todos aquellos que traen injusticia y desperación al mundo.

La ciudad de los justos, construida por los justos, reservada para los justos.

Así, en los bellos códices ilustrados de la época, Cristina aparece representada, escribiendo en su estudio, lugar donde razón, honestidad y justicia se le aparecen. Vienen a ayudarla a construir su ciudad y, en la siguiente ilustración, sin apenas ruptura, vemos a las cuatro mujeres trabajando, acarreando ladrillos, extendiendo el mortero con la llana, alineando las piedras de los muros, las murallas que habrán de proteger su ciudad, que la harán poderosa e inexpugnable, a salvo de las iniquidades y argucias de los hombres.

Porque esta ciudad que Cristina construye, la edifica para las mujeres. Los hombres han traído esta guerra, los hombres se llevan a los hijos de las mujeres para que mueran en las batallas, los hombres buscan la fama y la gloria, para traer en cambio la muerte y la destrucción, la violencia contra todos los que son más débiles en ese instante, empezando y terminando por las mujeres.

La ciudad de las damas, construida por las mujeres, gobernada por las mujeres. El lugar donde los hombres tienen vedado el paso. El ámbito que no podrán ensuciar con su violencia y su estupidez, su deseo inextinguible de vivir para la guerra y por la guerra, hasta que no quede ninguno vivo. El único espacio donde las virtudes, Razón, Honestidad y Jusitica podrán vivir, rodeadas de aquellas que creen y confían en ellas.

Sin embargo, la elaboración del códice fue encargada y por un hombre, el duque de Berry, ilustrada asímismo, con delicadeza y sensibilidad por otro hombre, conservada generación tras generación por otros hombres. Extraña paradoja. El libro de las mujeres, destinado a consolarlas, a fomentar su orgullo frente a los hombres, escrito con el mismo impulso que movió a Lisístrata a rebelarse contra la guerra que asolaba Grecia, conservado por sus enemigos, los hombres, aquellos que tenían prohibido el acceso a la ciudad perfecta, la nueva Jerusalem

¿Qué sentimiento podría animarles?

Quizás es algo que sólo conocen aquellos que se han exiliado de la ciudad de los hombres, y vagan por los eriales que les separan de la ciudad de las mujeres, contemplando sus torres y almenas desde la lejanía, los pináculos, las cúpulas, las relucientes techumbres, sabiendo que su sitio tampoco está allí dentro, que nunca serán admitidos tras esas puertas.

jueves, 16 de junio de 2005

Sonata 32

Es difícil hablar de esta obra tardía de Beethoven, su última sonata, sin plagiar involuntariamente a Thomas Mann en Dr Faustus.

Sin embargo, leer la apasionada descripción que hace Mann del segundo y último movimiento de esta obra, en boca de un tanto ridículo conferenciante, es un arma de doble filo. Uno se imagina una música, compone la partitura en su cabeza, basándose en las palabras que la describen, para, cuando se enfrenta uno a la música real, sufrir una aguda decepción.

No existe mejor prueba de la subjetividad de eso que llamamos sensibilidad artística. Escuchando aquella música no podía encontrar rastro alguno de lo que Mann describía. Como en otras ocasiones, sentía que Mann y yo estábamos escuchando distintas obras. Como en otras ocasiones echaba la culpa a la interpretación, a la grabación, a cualquier cosa, menos a mi mismo.

No era la primera vez que sentía esa desilusión, la había experimentado igual cuando vi por primera vez la catedral de León.

Otro no hubiera vuelto, ni a la catedral ni a la obra, yo sabía, sin embargo, lo que había que hacer. Había que volver, una y otra vez, hasta que la impresión se borrase, hasta que los rasgos de la arquitectura, en piedra y en música, se grabasen en uno, hasta que la apreciase por lo que eran ellas, no por lo que me había erróneamente imaginado.

Así que, durante aquel verano del 94 (extraño que las obras musicales se asocien en mi vida a veranos) escuche una y otra vez esa sonata, la última, de beethoven.

Hay algo en la obra de cámara de Beethoven que no se encuentra en sus obras sinfónicas. En sus sinfonías se dirige al mundo, clama y brama, se muestra fuerte y poderosos, seguro de sí en sus ideas. El Beethoven de cuartetos y sonatas es completamente distinto. En esta sonata, en este segundo movimiento, en particular, sentía que estaba en presencia de alguien que quería decirme algo muy penoso, no sobre mí, si no sobre él mismo. Alguien que da vueltas y más vueltas sobre las mismas palabras, entreteniéndose a propósito, intentando retrasar algo que sabemos inevitable, pero que pensamos poder engañar.

No, no es la muerte. Es más bien, como decía Mann una despedida, pero una despedida definitiva, una despedida en la que no se encuentran las palabras apropiadas, y que por tanto se tiñe de una doble tristeza, la de la separación y la de la incapacidad de ser sinceros por una vez, siquiera en ese instante.

Hasta que la música y el silencio se quiebram, repentinos, inesperados, en un torrente de notas, alegres, pero desesperados, consoladores pero al mismo terrible, la conciencia cercana del final, de la aniquilación, y al mismo tiempo el clamor, la súplica, el orgullo, la proclamación del goce de haber vivido, de haber caminado sobre esta tierra, aunque todo, absolutamente todo, nos vaya a ser arrebatado, aunque, en el último momento nos vayan a coger del cabello y obligarnos a mirar, a constatar que todo ha sido inútil y en vano.

Todo es mentira. La vida es una trampa en la que nos han arrojado y no hay nadie a quien echarle la culpa. Y sin embargo, por un momento, la música de Beetoven, aunque por dentro sintamos las lágrimas, la desesperación, el grito interminable de nuestra propia agonía, nos hace creer que sí hay un sentido, que hay un término a nuestra búsqueda, que el amor merece la pena, que alguien nos habrá de recoger al final de nuestro camino, acunarnos y decirnos suavemente: todo mereció la pena, todo tuvo un sentido.

Y aquel verano yo lloraba al escuchar esa música, porque aquella mentira aún era capaz de conmoverme.

lunes, 13 de junio de 2005

Le Jeu de Robin et Marion

De vuelta del torneo, el caballero se topa con la bella pastora Marion, y, como no podía ser de otra manera, la requiere de amores.

Ella se niega, sin embargo. Tiene a Robin y ha decidido serle fiel... o quizás es que no le place el caballero. Este monta en cólera, pone en fuga a Robín, que huye como un cobarde, y rapta a la pastora... para no conseguir nada, puesto que ante su resistencia y su negativa a otorgarle sus favores, debe ponerla en libertad.

Extraño tema para una obra de finales del siglo XII. Un caballero que ve puesto en duda su poder sobre sus vasallos, una mujer que reclama su derecho a elegir y lo mantiene, un amante que se revela como un cobarde. Un ejemplo temprano de opera in musica, donde todos los temas son profanos, ninguno sacro, donde se acumulan temas y danzas populares, donde la sexualidad y la violencia que la acompaña están presentes en cada instante.

No estamos ante ningún manifiesto.

Adam de la Halle compuso esta obra para la corte Angevina, en Napoles. Debía ser representada antes los reyes, acompañados por toda la corte. Los mismos nobles que eran ridiculizados, eran aquellos que lo habían encargado, los que disfrutaban con los giros y revueltas de la historia.

Su ideología es clara. Nada debía turbar el orden social. El mundo de Marion, el mundo representado por Adam de la Halle, era un mundo inexistente, la república de pastores, la Arcadia Felix, el paraíso con el que la crema de la sociedad podía soñar, un mundo de poesía e felicidad, muy distinto del mundo real en que vivían los pastores reales... unos pastores a los que ni se dignarían en mirar.

Para ellos, el caballero recibía su justo castigo, simplemente por atreverse a romper el orden social y pretender a una campesina. Cada cual en su sitio, no sea que alguien piense en moverse. Mariom hacía bien en defenderse y quedarse con Robín, aunque éste fuera un cobarde. Era alquien de su clase.

Además, Marion era un ejemplo de virtud. De la fidelidad que debía ornar a cada esposa cristiana, de lo resolución con que debía defender su tesoro.

¿Pero es así?

Ocho siglos más tarde, la obra sigue siendo sorprendente. ünica. Incomparable. Así debieron pensarlos sus copistas, a los que debemos tres manuscritos, profusamente ilustrados, casi describiéndonos una representación de la historia.

Ocho siglos más tarde, Marion sigue diciéndole que no al caballero. Eligiendo voluntariamente a quien desea amar, cantándalo en la música de su gente y de su clase... mientras que el caballero continúa marchándose, derrotado, avergonzado, destruido por su propio orgullo y violencia.

domingo, 12 de junio de 2005

Cuarteto número quince

Hacía 1974, un año antes de su muerte, Sostakovich escribió su último cuarteto. Estaba ya muy enfermo, sometido a medicación, y ese estado se trasluce en sus tres últimos cuartetos, una música a contrapelo, alucinatoria, sin que le importanse ya el público a quien fuese dirigido. Una partitura con anotaciones como las siguientes "tocadla tan lenta que las moscas caigan muertas por aburrimiento".

¿En quién pensaba Sostakovich cuando componía esta música? ¿A qué público dedican los compositores sus composiciones? ¿quién imaginan que escuchará su garabatos?

Seguramente, no pensaría que alguien como yo lo escuchara, al igual que dudo que se diera cuenta de que con él, en esos años, moría la gran tradicíón musical de Occidente, aquella que nació con el canto Gregoriano y los trovadores, aquella que generación tras generación consideraron la música y que ahora es sólo una más entre muchas, cada vez más despreciada y olvidada.

No. No pensaba en mí.

En 1974 yo tenía siete años. El dictador, ése que lo dejo todo atado y bien atado, aún vivía. Yo no comprendía nada de lo que ocurría a mi alrededor, pero sentía la inquietud de mis mayores, sus miedos, sus silencios elocuentes. No sabía que un hombre llamado Sostakovich agonizaba casi al otro lado del mundo, no supe que existía hasta muchos después, en el 81, en la asignatura de historia de la música.

No escuché este cuarteto hasta el año 2002, en verano. Fue como un enamoramiento, como si hubiera encontrado lo que me faltaba en el momento que me faltaba. Día tras día, lo ponía, únicamente el primer movimiento, haciendo que se repitiera una y otra vez, hasta que llegaba la hora de marcharme.

Era agosto, no había nadie en el despacho que compartía con otros, estaban de vaciones, así que no te tenía miedo en dejarme llevar por mis sentimientos, en permitir que las lágrimas aflorasen a mis ojos y llorar largo tiempo.

Aquello había sido escrito por un hombre agonizante. No había desesperación. No había rebelión. No había violencia. Las notas fluían dulcemente, lentas, como intentando alargar el tiempo que les había sido concedidas, como intentando atrasar el final inevitable, como intentando permanecer un instante más en este mundo, creyendo que lo que no había podido ser, podría ocurrir aún, sintiendo melancolía por lo que nunca había existido, por lo que nunca habría de existir.

Ese dolor, sordo, inextingible, paralizador, era el mío. Exactamente el mismo que sentía yo aquel año. Como si hubieran disecado mi alma y me la presentasen en una vitrina.

Tiempo. Distancias. Lenguas. Culturas. Ideologías. Vidas. Todo había sido abolido. El anciano agonizante y el niño que no entendía el mundo en el que había nacido nunca llegaron a conocerse, nunca llegaron a sospechar de su exitencia.

Aquel año, sin embargo, aquel hombre, a través de su obra, me parecía más cercano, más vivo, más real, que todo el resto de mis semejantes.

jueves, 9 de junio de 2005

En el valle del Nilo (y 4)


¿Por qué no hacéis nada?


Ocurría en el museo copto de El Cairo. El hombre, uno de los vigilantes, extendía su mano hacía mí, la palma hacia arriba. En su muñeca, junto al pulgar había tatuada una cruz.


Vosotros sois también cristianos. ¿Por qué no hacéis nada para ayudarnos?

Frecuentemente, en nuestra ceguera de occidentales, para los cuales todo oriente, de Marrakech a Tokio es una única cosa, olvidamos que cada páis, que dentro de cada país, es un compuesto de personas, a veces tan separadas entre sí por sus ideas y convicciones, como nosotros de ellos.

En el caso de Egipto, como en el caso de Siria, olvidamos que una apreciable parte de la población no es musulmana, sino cristiana copta. Olvidamos también que son uno de los bandos en la guerra de religión, entremezclada con otros temas a tres bandas que asola el Oriente medio. Y olvidamos también que, en el caso de Egipto y como bien señala Gilles Keppel, el extremismo islámico es especialmente fuerte en las zonas con un porcentaje alto de población copta... y que lo coptos son uno de sus objetivos.

¿Qué podía decirle yo a esa persona? Desde su cultura, embebida en la religión, sin poder pensar que existiera algo que no fuera religión, con la misma ceguera que los integristas islámicos, él pensaba, como sus enemigos. que todos los europeos somos cristianos, que nuestro bando en la querra de religión estaba decidido.

¿Cómo podría yo decirle que soy ateo? Para mí todas las religiones son odiosas. Mentiras que deben ser extirpadas de la faz de la tierra, porque no traen consuelo y salvación, sino odio y desesperación. Para mí, él y los islamistas, son la misma cosa, el enemigo a batir, hasta que sus ideas acaben en el basurero de la historia.

¿Pero acaso es así? ¿No me estaré yo equivocando?

Desde mi perspectiva de occidental, creo ser libre, dueño de mi destino. Si quiero algo lo compro. Mi dinero me da derecho a exigir. Puedo comprarme una ideogía propia si me apetece. Jugar a ser rebelde, sabiendo que hay una red que me recogerá.

Pero quizás esto son sólo sueños de pueblos decadentes, de gentes que van a ser arrojadas al olvido de la historia y que se divierten, ciegas, al borde del abismo.

Quizás hayan decidido ya por nosotros, asignado un bando sin que lo supiéramos. Quizás el destino del mundo se está decidiendo ahora mismo lejos de nuestras fronteras, en los lugares en que no queremos mirar porque no hay nada exótico o turístico o quizás al pie mismo de nuestras ventanas se hayan cavado las trincheras y en ellas se libren querras silenciosas.

Quizás es que no somos más que parásitos, gordos, incapaces de moverse, válidos únicamente para ser aplastados.

martes, 31 de mayo de 2005

En el valle del Nilo (y 3)

¿Pero cuál es la visión de los habitantes?

Cuando viajaba por Egipto me preguntaba que pensarían sus habitantes de aquellos monumentos. La respuesta era sencilla, bastaba con mirar el estado en que estaban muchas de la mezquitas suyas, excepto las más señaladas. Era triste encontrarse con placas que señalaban mezquitas, recintos antiquísimos y comprobar que se estaban cayendo a pedazo sin que nadie hiciera nada. Si tal era el respeto que tenían por su pasado y por su cultura, ¿cómo podían pensarse que protegieran lo que no era suyo?

La arqueología, la museística, es un invento occidental. Relacionado directamente con el surgimiento del nacialismos. Si los pueblos, ese sueño del romanticismo alemán y de la revolución francesa, tenían un caracter, expresado en sus tradiciones, su lengua, su religión, éste podría demostrarse rebuscando en el pasado, donde seguro que se encontrarían sus huellas. Más aún debía ser conservado para enseñanza de las generaciones futuras, de forma que nunca se perdiese ese carácter distintivo. Sólo nuestra sensación de ser herederos de griegos y romanos, esa paradoja que permite a un occidental ser pagano y cristiano al mismo tiempo, unida a nuestra natural curiosidad por otras culturas, consiguió que la arqueología y la historia salieran de su callejón sin salida.

Pero esta evolución no se ha producido nunca en el mundo árabe. El nacionalismo siempre ha sido una injerto externo. Su civilización nunca se ha sentido heredera de griegos y romanos, la curiosidas por otras culturas es inexistente. ¿Por qué iban a querer conservar algo, como los restos del antiguo Egipto, que no es suyo?


Sería injusto acusarles por esta desidia. Muy injusto. Los problemas de Egipto son inmensos. La probreza es rampante. La mayor parte del país vive sólo del turismo, y todo el país ha sido construido alrededor de esa industria, de esa locura incomprensible de los occidentales por freírse los sesos al sol, visitando piedras polvorientas.

¿Qué pensaría un joven egipicio? Día tras día, escuadras de cruceros surcan el Nilo. Dentro hay abundancia de comida, protección contra el sol ardiente, libertad de constumbres inimaginadas. Para servir a esas gentes se han construido carreteras, levantado hoteles fortaleza, donde los naturales tienen prohibida la entrada, en cuyo interior disfrutan de todas las comodidades, toda la opulencia que los naturales no pueden ni soñar.

Ellos lo tienen todo, deben pensar los habitantes, nosotros nada. Así lo demuestran día a día, con el orgullo que se pavonean, con su dinero, con el pueden comprar todo, con el desprecio que muestran por lo que es razonable y digno de respeto. por lo que es sagrado en definitiva. No son más que una raza decadente, viejos que sólo piensan en el placer, mientras el resto del mundo sufre, parásitos que ni siquieran piensan en tener hijos.

Así caeran. Así caeran.


¿Debemos extrañarnos de que el odio haya arraigado con tanta fuerza en esas tierras?

viernes, 27 de mayo de 2005

En el valle del Nilo (y 2)

Cada año, hordas de turistas invaden Egipto, pero ¿Qué país es el que ven?

Se les encierra en los cruceros, los cuales marchan en fila, uno tras otros, una armada del placer, a lo largo del cauce, parándose todos buques a la misma hora y en el mismo sitio, para ocupar uno de los templos que jalona la ruta, y atronar su espacio con el estruendo de las voces, apestarlo con el hedor de los cuerpos.

Ése es todo el Egipto que ven, el de las visitas programadas y apresuradas, el casi tampoco ven, abrumados por el calor, aplastado por el sol, confundidos por la ignorancia de los guías. Excepto esos momentos, siguien viviendo en el país del que partieron, no en Egipto.

El crucero es una cárcel, de la cual está prohibido salir, incluso cuando se atraca, porque fuera espera el peligro, porque fuera no hay nada excepto calles polvorientas, casas a punto de derrumbarse, gentes incultas y miserables. Los hoteles también son prisiones, separadas por altos muros, dotadas de todas las comodidades, piscina, amplias habitaciones, abundante comida, aire acondicionado que son normales en los países de origen, pero desconocidas para los naturales.

Encerrados allí dentro, viendo, sin ver, sólo un país que hace mucho que desapareción, fascinados por el paísajes, pero olvidando a los que habitan en él, similares a sus ojos a los insectos, invisibles a menos que molesten, el turista nunca llega a emprender su viajes, la música que escucha es la misma que en su país, las lenguas familiares, la comida conocida y sabrosa, las diversiones las esperadas, el exotismo, el de la fiesta de disfraces, su información, la filtrada oficialmente.

Volverá a su patria, con una sonrisa en la boca. Optimista, seguro del futuro. El mundo es un remanso de paz, no hay tensiones entre las diferentes culturas, todas son iguales, la misma.

Idénticas a la mía, a mi terruño, la única que conozco, la única que me preocupo en conocer.

miércoles, 25 de mayo de 2005

En el valle del Nilo (y 1)

Cerca de Asuán, el valle del Nilo es muy estrecho y las arenas del desierto casi llegan a la orilla. Frente a uno, si se navega por el río, Egipto se convierte en una pintura abstracta. El negro profundo de las aguas, el turquesa de las zonas cultivadas, el oro del desierto, el azul inmutable de los cielos. Cuatro estrechas franjas en las que desarrollarse la comedia humana.

¿Cómo eran, qué pensaban aquellas gentes? En aquel tiempo no había dioses celosos y universales, que reclamasen el dominio del mundo y urgiesen a los suyos a conquistarlo para sí. Cada ciudad tenía sus propios dioses, suyos y de ninguna otra, cuya misión era proteger y defender a sus hijos frente a los de los otros dioses. Adorados y representados en cientos de formas y encarnacionas, distintas en cada población, pero que a los habitantes de aquel pasado no les provocaban extrañeza, puesto que reconocían en ellos a las mismas ideas en las que creían, y ante las que no les importaba arrodillarse.

Cientos de dioses y cientos de génesis para explicar el mundo. Todos contradictorios, todos excluyentes, todos paradójicos, pero que la gente de aquellos tiempos no intentaba rechazar para quedarse con uno, sino que tomaba de aquí y de allá lo que más le interesaba, buscaba integrarlo para conseguir algo nuevo, algo más completo, algo más cercano a esa esencia de la divinidad

Entra ellas, la teogonía de Heliopolis, la de su dios/padre Toth, que imagino primero todas las cosas del mundo antes de que existieran y que las que fue creando con sólo pronunciar su nombre. El poder tremendo de la palabra escrita, del jeroglifico (hieros-glifos, dibujo sagrado) capaz de tomar vida propia por si solo, y que llevo a los egipcios a desmembrar en las inscripciones de las tumbas todos los signos que representaban animales peligrosos, para que no cobrasen vida y dañasen al difunto.

El mismo afán que les llevo a cubrir cada centímetro de los templos con imágenes que recogían cada detalle del mundo, de forma que al leerlos se recrease el mundo y se mantuviese un día más, sin que hiciese falta necesario leerlos, que solamente el estar en el templo sirviera de garantía para el universo, que duraría mientras los templos se mantuvieran en pie.

Pero este es el arte oficial, el arte destinado para los dioses, para su vicario el faráon, para sus servidores los sacerdotes. El arte de la propaganda, ante el cual los turistas se amontonan, son amontonados, sin entender una palabra.

Hay otro arte, basta apartarse un poco de los itinerarios normales, basta acercarse a la colonia de artistas en el valle de los reyes, o las tumbas de los nobles, para encontrar allí, enterrada, petrificada, hecha eterna, la vida cotidiana de esas gentes, la vida que esperaban seguir disfrutando tras la muerte.

Los frescos jardines, los tranquilos estanques, las danzarinas, los músicos y sus intrumentos, la comida al fresco de la tarde, las actividades cotidianas, la cosecha, la siembra, el pastoreo del ganado, la fabricación del pan y la cerveza, la pesca en el río y la caza en los cañaverales, los aves acuáticas en los juncales, los peces nadando en el río.

Casi más real que el mundo de afuera.

lunes, 23 de mayo de 2005

Los ojos de los muertos (y 2)

En la misma exposición de la que hablaba antes, había otro objeto curioso. Una muñena hecha de cuerda enrollada, apenas un monigote con piernas y brazos cilíndricos, con un cuerpo también cilíndrico,con un engrosamiento por cabeza y unas cuantas cuentas azules simulando el cabello.

Tan humilde, tan falto de intencionalidad, tan prescindible, si no fuera por su antigüedad.

¿Para quién se hizo? ¿Por que se hizo?

¿Era un amuleto? ¿Alqo que se llevase siempre sobre sí, confiando que te protegiera? ¿Algo que no podía perderse, casi más valioso que la vida, porque traería la desgracia?

¿Era un hechizo? ¿La representación de otra persona? ¿Un medio de obligarla a que accediera a tus deseos? ¿La única forma de conseguir que lo imposible se transformara en posible?

¿Era lo que parece ser? ¿Una muñeca? ¿Un objeto creado con cariño y regalado también con ese mismo cariño? ¿Algo que ya de mayor, se contemplase con emoción, al encontrarlo de repente?

Fuera lo que fuera, sabemos donde ha sido encontrado. En una tumba, como casi todo lo que nos ha legado el antiguo Egipto.

Enterrado junto a su dueño, para que éste pudiera seguir disfrutando de ellos en el más allá, o para que le abriese las puertas cerradas en esta vida.

O bien depositado junto a la tumba de alguien cercano, como ofrenda, como medio de comunicación, como vía de mantenerse en contacto con los que ya habían desaparecido, para mostrar que se seguía pensando en ellos, para reclamar su ayuda en este mundo.

domingo, 22 de mayo de 2005

Los ojos de los muertos (y 1)

Hasta esta mañana, en el madrileño cuartel del conde duque, podía verse una exposición titulada, muy evocadoramente, Azules egipcios, dedicada en su mayor parte a objetos del antiguo Egipto, fabricados en cerámica vidriada de ese color.

Sin embargo, entre las piezas, ha venido un ejemplo de uno de los grandes enigmas de la historía y la arqueología, los retratos del Fayyum, realizados en Egipto durante la época romana. Enigma no en el sentido de misterio o leyenda, sino por el impacto emocional que presentan sobre nosotros, los espectadores de dos mil años después.

Los aficionados al arte, estamos aconstumbrados a la estatuaria oficial, a la pintura propándistica, aquella que idealiza y transfigura para transmitir una ideología, la del poder establecido. Erróneamente, que estas pizas sean las únicas que hayan permanecido tras milenios, nos hace creer que todo el arte es así, envarado, normativo, significante.

Hasta que nos encontramos con esto.

Los rostros de desconocidos, de personas olvidadas con el tiempo, que ha sido retratadas en toda su humanidad, en la fealdad que compartimos todos los humanos, en lo anodino de nuestros rostros. Tratados con un estilo sumario, casi impresionista, que provoca, por su inmediatez, la sensación de estar frente a esa persona, como si los milenios no hubiesen transcurrido. Impresión acrecentada por que nos miran directamente a los ojos, con los suyos muy abiertos, a punto de hablarnos, como pidiéndonos una respuesta que ellos no han encontrado, que nosotros no tenemos.

Los muertos nos miran. Estas pinturas no fueron pensadas para ser vistas por los vivos. Es cierto que muchas fueron realizadas en vida de los hombres que las encargaron, e incluso fueron expuestas en sus casas, pero sólo como recuerdo permanente de la muerte cercana. El día en que sus propietarios fallecierán, estas imágenes se depositarían sobre sus momias y enterradas con ellas. en un lugar donde sólo los seres del mundo podrían contemplarlas.

Y ahora nosotros los miramos, desde detrás del cristal protector de la vitrina.

¿Quiénes están realmente muertos? ¿Nosotros o ellos?

viernes, 20 de mayo de 2005

Der Führer kommt!





Unos años más tarde de Leute am Sonntag, otra película quasi-documental ´se proyectaba en las patallas alemanas, se trataba de Der Triumph des Willens (El triunfo de la voluntad)de Leni Riefenstahl.

Llamarlo documental sería otorgarle una categoría que no tiene. En Leute am Montag siempre conocíamos cuando la cámara espiaba furtivamente la sociedad dec su tiempo y cuando se estaba procediendo a representar la realidad, en Der Triumph der Wille, todo estaba orquestado desde un principio, preparado para conseguir un efecto operístico, hasta las manifestaciones de júbilo popular, de forma que la película se transformaba en la representación de una representación, en un manifiesto político que pretendía substituir la realidad engañando al público con la supuesta objetividad de las imágenes, con la sinceridad de la cámara.

Nada hay más falso que una imagen, puesto que tras ellas siempre hay un ojo que mira, una inteligencia que escoge y desdeña, una intencionalidad que manipula.

No existe mejor ejemplo, que las imágenes del principio. La tesis de los nazis era que su movimiento era Alemania, que nada había más alemán que ellos y que todo lo alemán estaba comprendido en su ideología. Su ascenso al poder era inevitable, así lo había decidido el destino. Por ello toda la historia alemana, la cultura alemana por entero, llevaban forzadamente al nazismo, guardaban en sí su germen, prevaraban su advenimiento... y cualquier ejemplo, por pequeño que fuera, que pudiera contradecirlo, debía ser eliminado, arrancado de raíz, puesto que no podía ser alemán.

De este modo, a Leni y al movimiento, no les bastaba con mostrar a las multitudes alborazadas aclamando al Führer, ese epítome de todo lo alemán. Las piedras debían mostrar su entusiasmo, las estatuas debían volverse a su paso, los animales presentir la presencia del ser superior que todo lo gobernaba.

Tantas veces se repitió, que todos acabarón por creerlo, incluso aquellos alemanes que odiaban a Hitler y a pesar de eso amaban a su patria.

El nazismo sólo podía haber nacido en Alemania, sólamente Alemania podía haber creado el nazismo. Así ha quedado establecido.

De algún modo, él ha ganado la guerra.

jueves, 19 de mayo de 2005

Leute am Sonntag (y3)

Dos estremecimientos.

Lo que hay en la pantalla, aunque aparentemente tan cercano y real, tan cotidiano y confundible, son sólo sombras, espectros de personas largo tiempo muertas, tan olvidadas como los difuntos de hace milenios.

Tan muertos como los espectros andantes que, desde mi ventana, caminan por esta mi ciudad. Tan muertos como el reflejo que me devuelve el espejo.

Aún así parecen felices. Caminan, las sombras del pasado, las sombras del presenta, ajenas a su destino, cuidándose sólo de sus afanes coitidanos, preocupándose únicamente del círculo en el que han sido inscritos, satisfechos de esas nimiedas, como si quisieran ser una lección al mundo.

Pero no soy un turista en mi propia ciudad. Sé que detras del orden, de la armonía de las multitudes, se ocultan las tragedias y las miserias, y que por mucho que quiera engañarme, en todos los lugares será igual, en todos habrá disfraces de paraísos que ocultan destierros.

Tampoco soy un ignorante en historia, aquellas multitudes satisfechas que recorren el Berlín, preocupadas simplemente de pasear el domingo, de ir de Picnic, de bailar y reír, no durarán. El verano de Weimar está punto de terminar, el invierno de la crisis y el nazismo está cerca. Pronto, los grupos de paseantes, en busca del amor, serán substituidos por las columnas de soldados, cuya marcha hará retemblar las calles de toda Europa, portarán el odio y la destrucción por todo el continente, hasta que el reflujo la devuelva a Alemania, para convertirla en un inmenso campo de ruinas.

¿Qué diferencia hay entre ellos y nosotros? ¿Qué diferencia hay entre lo que veo desde mi ventana y lo que veo en la pantalla?

¿Qué puede surgir de esta mi tierra?

miércoles, 18 de mayo de 2005

Leute am Sonntag (y 2)

Hablaba anteriormente de la aparente falta de intencionalidad política de esta cinta, lo cual entra en contradicción con el hecho que la mayoría de sus creadores terminarían sus carreras en EEUU huyendo de la dictadura nazi. Evidentemente, no estamos tratando con un grupo de formalistas apolíticos que sólo se preocupan de reflejar la realidad, tal y cual es, o como la imaginan, sin intentar ver que hay más allá de las imágenes que capturan. Algo no casa en todo esto. No es el tipo de cine que esperaríamos de gente comprometida.

Esta paradoja tiene fácil solución. Al contrario de muchas cintas que se anuncián hoy en día como comprometidas, en las que un mensaje avanzado se ilustra con formas manidas, el ideario político de esta película se encuentra en su forma y estructura. Se trata de construir un cine para el pueblo y por el pueblo, creado por esa misma masa anónima y apreciado por esa misma masa, un cine que refleje la realidad y los problemas cotidianos, las vivencias y decepciones del hombre corriente.

Un cine que no busque el aplauso de autroproclamados círculos selectos o encerrarse en altas torres de márfil. Un cine que contenga el orgullo de la gente corriente, pero que no sea forzadamente proletario, gozoso en la bajeza y la vulgaridad, como muchas cintas de hoy en día. Sólo los ricos, los hijos de papá, los hastiados del lujo y la facilidad, encuentran placer en revolcarse en el barro y presumir luego de ello, una vez que vuelven a sus mansiones, mientras que aquellos que viven en la misería el día entero, sólo piensan en huir de ella.

Sueños. Sueños. Sueños. El trabajador, tras una dura jornada, no desea encontrarse de nuevo con su vida, no quiere que vuelvan a hurgar en la herida de su vida sin sentido, sin salidas, sin esperanzas, de la que existencia que malgasata día a día.

Así que al final, sólo vieron la película aquellos círculos selectos de los que se quería huir, y los mismos autores se construyeron su propia cárcel de oro. El público al que querían hablar les dio las espalda.

Su experimento se reveló un huevo huero.

martes, 17 de mayo de 2005

Zipang (y 2)

(Gran Questión: Día tras día, Semana tras semana, un mismo lector entre en esta página y yo me pregunto porqué. ¿Tanto le ha gustado? ¿Lo tiene como ejemplo del horror literario? ¿Está por defecto en su navegador? Respuestas quiero....)

Hace ya más de 20 años una película americana, El final de la cuenta atrás, especulaba con la posibilidad de que un portaaviones atómico de los Estados Unidos, realizase un viaje en el tiempo y terminase justo el día del ataque a Pearl Harbour.

Por supuesto, en esta cinta, no había dilemas morales. Desde antes de comenzar la película estaba claro que el navío intervendría activamente en la batalla, simplemente para borrar de la historia el día de la infamia, como se denominó en la propaganda de la época. Así lo exigía el patriotismo de la tripulación. Así lo demandaba su conciencia de estar en el bando de los buenos.

En la serie que comento, es un crucero nuclear japonés, el Mirai (Futuro en castellano), el que es trasladado al torbellino de la segunda guerra mundial, concretamente a la batalla de Midway, la que cambió el curso de la contienda. Nuevamente se plantea el dilema de intervenir o de no intervenir, sólo que esta vez ninguna opción es completamente blanca o negra.

Patriotismo y entrenamiento les fuerzan, como a sus homólogos americanos, a participar activamente, de manera que eviten la derrota y la humillación de su patria... pero ¿por qué patria estarían luchando? Tanto el Japón como la Alemania moderna, democráticos y respetados, son resultado de la derrota absoluta en la Segunda Guerra Mundial, derrotas tan completas que les hicieron abandonar cualquier tentación de revancha en un futuro conflicto, y arrumbar los elementos de sus respectivas sociedades que les llevaban al militarismo, al imperialismo y al fascismo.

Si la tripulación del Mirai interviniese a favor de su país en la contienda, no estarían combatiendo por el Japón del siglo XXI, sino por el Japón imperial de principios del siglo XX. Un Japón que, no lo olvidemos, constituía una dictadura de partido único, donde se adoctrinaba a las nuevas generaciones para cumplir un destino manifiesto, mediante la agresión y la guerra, que debía traducirse en la conquista de Asia y en la expulsión de las potencias Europeas.

Grandes palabras, la liberación de Asia del colonialismo, que hicieron dudar a muchos, en Indochina, en Indonesia, en la India, en las Filipinas, de cual era su bando en la Sgunda Guerra Mundial. Grandes palabras que pronto se tornaron huecas, como aprendieron a su pesar los pueblos de los territorios "liberados". Japón no estaba luchando por la libertad y contra la opresión, Japón estaba luchando por obtener los recursos y las materias primas de las que no disponía, con lo que todos los países bajo su mandato fueron organizados para satisfacer las necesidades de la potencia ocupante, sin que importase lo más mínimo el destino de los pueblos sojuzgados.

Mo exagero. Antes de atacar a EEUU y a Inglaterra, Japón había desencadenado en 1937 una guerra salvaje contra China, uno de los pocos países asiaticos independientes, que desembocó en el infame saqueo de Nankin, donde en una semana fueron asesinadas entre 100.000 y 500.000 personas. Ya antes Corea y Manchuria había experimentado los efectos beneficiosos de la "liberación" japonesa, en forma de prohibición de su cultura y lengua, y de uso de su población como mano de obra esclava, e incluso en experimentos médicos dignos de la Alemania nazi.

En el manga original, la decisión de la tripulación es a favor del Japón Imperial, un Japón imperial idílico, del cual se han eliminado todas las referencias a las atrocidades cometidas por el ejército y ordenadas desde los más alto del gobierno Japonés. No es extraño esta ceguera, pues esa misma amnesia tienen lugar en la educación de la juventud japonesa, donde se ha ocurrido un tupido velo sobre la actuación de su país, su patria, en la segunda Guerra Mundial.

¿Cuál será la decisión en el anime de la tripulación de la Mirai?

¿A quién debe servir tu patriotismo?

lunes, 16 de mayo de 2005

Natura/Antinatura

De niño, durante los últimos coletazos de la monolítica educación católica y tradicional,el argumento "ad naturam" era la manera de justificar lo que no tenía explicación, un modo como cualquier otro de evitar decir "esto es así por que sí". De este modo, tal y cual comportamiento eran buenos o malos, porque la naturaleza del hombre era así, tal y como dios lo había concebido y querido, ante cuya decisión no cabía rechistar.

Ahora, resulta extraño volver a escuchar de nuevo estos argumentos ad naturam, por supuesto, el concepto de bueno/malo ha sido sustituido por los menos estridentes de deseable/preferible, mientras que la naturaleza/dios ha sido reemplazada por la naturaleza/evolución, que como en el pasado, se convierte en un ropaje para justificar idearios preestablecidos.

Así se nos dice ¿quiénes son nuestros parientes evolutivos más cercanos? ¿Cómo son sus estructuras sociales? Tal y como sean ellos, así seremos nosotros, y se apunta a los chimpances, como los animales más cercanos al animal humano. Su estructura es un patriarcardo jerárquico, basada en el poder y en la violencia, incluso sexual, la cual se aplica sin ninguna compasión. Asímismo, la guerra, las atrocidades, los exterminios, son constantes entre ellos. Ergo, así somo nosotros, y no debemos hacer nada por reprimir esos instintos naturales, creados por la evolución para permitir nuestra supervivencia.

Pero como en toda pseudociencia, se nos oculta parte del cuadro. Nadie nos habla de los bonobos. Su estructura es la de un matriarcado y se prefiere la resolución pacífica de los conflictos, incluso, ¡oh sacrilegio! utilizando el sexo... sin olvidar que su proximidad genética al ser humano es la misma que la de los de chimpances.

Entonces... ¿quién tiene razón? ¿qué es lo que somos?

¿Chimpancés o bonobos?

O mejor dicho, ¿por qué son tan distintos? ¿Seremos nosotros también distintos a ambos?

domingo, 15 de mayo de 2005

Leute am Sonntag (y 1)

A finales de la época muda, un grupo de principiantes en el mundo del cine rodó Gente en domingo. Todos sin excepción y notablemente, Siodmark, Wilder y Zimmemann, se convertirían en nombres imprescindibles en la historia del cine, pero ninguno de ellos volvería a firmar algo como esta pequeña y humilde cinta.

Vista casi ochenta años despúes, esta película continúa siendo revolucionaria. En primer lugar, por tratarse de una obra colectiva, donde es casi imposible determinar quien rodó qué sección, o quién se se le ocurrió tal o cual idea. Concepto éste, el hacer desaparecer al autor, el borrarlo y esconderlo, que está en completa oposición con uno de los ídolos de nuestro tiempo, el de la autoria en el arte.

Ahora, entre nosotros, la personalidad del autor debe traslucirse hasta en el modo en que el artista se corta las uñas, como prueba de autencidad e independencia, pero, si se mira bien, no es más que un mecanismo más de nuestra sociedad de mercado, donde el cliente identifica la marca, y esta representa unas características que aportan dinero, las cuales por tanto se deben negar a los demás.

No es menos avanzada por su contenido temático y por la forma de tratarlo. Vivimos en un mundo donde el minimalismo y la austeridad, el desaliño incluso, se consideran como pruebas nuevamente de libertad y sinceridad, cuando en muchos casos, no son más que medios para hacer tragar doctrinas o embutir moralinas, tan falsas y despreciables como las que critican.

Esta película, sin embargo, no pretende nada, no intenta nada. Su anécdota es mínima, el día de descanso de unos trabajadores y el modo en que gastan su tiempo libre. No hay crítica social, no hay denuncia, no hay incursiones en la psique humana, ni en su verdadera naturaleza. Simplemente la crónica de los amores/desamores, mirada desde fuera, como espectadores, como otros paseantes de ese domingo, cuya mirada se detiene en los protagonistas un instante, para luego distraerse y perderse en otros vacíos acontecimientos de ese día de verano.

Un día de verano que termina y que no termina al mismo tiempo, que no alcanza una conclusión, ni dramática, ni humorística, puesto que sólo es un elemento más en una cadena, un domingo entre muchos domingos, una parada en la larga semana de trabajo, para luego volver a comenzar con la rutina que odiamos, pero de la que no sabemos escapar aunque se nos dé la oportunidad.

Porque al igual que estos personajes, así malgastamos todos nuestras vidas, caminando en círculos, creyendonos más o menos libres, pero todos igual de prisioneros.