jueves, 30 de agosto de 2012

The Wild West (y I)







La National Film Preservation Foundation, un organismo estatal de los EEUU, es una de esas instituciones que debería ser bendecida por todo cinéfilo que se precie... si fueran conscientes de su existencia, claro está.

La misión de este organismo es ni más ni menos conservar la herencia fílmica de los EEUU, restaurando películas a punto de desaparecer y creando nuevas copias, para luego exhibirlas por todo el país, de forma que no se pierdan irremediablemente y puedan ser disfrutadas por nuevas generaciones de cinéfilos, labor que es complementada con unas más que pulcras ediciones en DVD,  las famosas Treasures From American Film Archives, ya en su quinta edición, que no pretenden substiruir al celuloide original, sino conseguir que llegue a un público más amplio que el habitual de filmotecas y salas especializadas.

Que haya nombrado películas a punto de desaparecer ya debería ponerles sobre la pista de qué tipo de material es el elegido por la NFPF. Esta institución se aparta de lo que podríamos decir es el canón, que en EEUU se identifica casi exclusivamente con la producción Hollywoodiense, y busca todo aquello que se podría calificar de curiosidad o rareza, excepto en esos casos de películas del sistema de estudios que han llegado a ser auténticas curiosidades, apenas repuestas desde su estreno o cuya conocimiento para el cinéfilo se reduce a los párrafos de las enciclopedias de cine, a pesar de la importancia de la cinta.

Como pueden imaginarse, esas rarezas y curiosidades se concentran en dos ámbitos, el cine mudo, de 1895 a 1930, y el cine experimental, cuyo ámbito abarca todo el siglo, al cual se unen todo tipo de películas sonoras que puedan haberse quedado traspapeladas en los archivos. Unos ámbitos que no se reducen a las películas de los estudios o a las obras de los artistas vangüardistas, sino que intentan recoger cualquier manifestación fílmica de esos periodos temporales, desde el anuncio o el noticiario, al vídeo aficionado o el videodiario, unos productos que se presentan en un encomiable plano de igualdad, restaurados escrupulosamente y acompañados, en el caso de las producciones mudas, de músicas de nueva composición que intentar reflejar la época, las intenciones del artista y las expectativas del público contemporáneo.

No es de extrañar que desde que descubrí la existencia de estas compilaciones haya intentado hacerme con todas las existentes y espere con ansiedad las nuevas ediciones en la serie (como la que se anuncia para el año que viene, dedicada al cine experimental). No ya por la calidad intrínseca de lo que incluido, sino por su condición de terra incognita, de territorio inexplorado en el cual uno se adentra sin saber lo que va a encontrar y donde nuestras convicciones cinéfilas serán puestas a prueba. Es por ello que incluso las compilaciones en principio menos atrayentes, como la que comentó aquí, dedicada al Western en la época muda, resulten tan interesantes o más que las más relevantes desde un punto de vista histórico artístico.

Entre esos tesoros que iré comentando a medida que avance por los  586 minutos de esta compilación, está el corto que abre esta entrada. Deutsches Driftwood, rodado en 1915, que no es otra cosa que lo que los anglosajones llaman un Travelogue, una especie de guía turística visual, en la que se nos muestra cinematográficamente lo que vale la pena visitar en el destino elegido. En 1915, aunque parezca mentira, los Travelogues empezaban a estar pasados de moda, aunque habían sido uno de los géneros favoritos del primer mudo, destinados a un público que mágicamente se veía transportado a lugares de ensueño, pero que poco a poco había ido perdiendo su inocencia visual y ya no se sorprendía por nada.

Era necesario, por tanto, presentar esas guías visuales de forma nueva y buscar lugares que fueran de un exotismo menos previsible. En este caso, el destino es un ferrocaril recién abierto en las montañas de Oregon y el guía es, ni más ni menos, un vagabundo, punto de vista que, sin pretenderlo sus creadores, modifica el tono completo del corto, transformándolo de un inocente travelogue en algo cercano a la crítica social, en el que las penalidades, las soledad y el destino incierto del protagonista, cuyo periplo concluye en una ciudad abandonad, se convierten en los auténticos protagonistas, y que dotan a esta obra de un amargo sabor a melancolía y fracaso

Un corto que involuntariamente nos recuerda lo que algunos historiadores han venido a recordar que los USA es un hobo country, un país de vagabundos, en el que gran parte de su carácter y de su historia ha sido construido por personas que simplemente abandonaron sus hogares y se embarcaron en largos viajes, sin tener seguridad de su destino ni de lo que les esperaba a su llegada









La otra obra no es menos interesante. Se trata de Last of the Line, dirigido en 1914 Jay Hunt y producido pro Thomas H. Ince. Los western producidos por Ince, de los que desgraciadamente se ha perdido la mayor parte, ocupan un lugar de privilegio en la historia del cine, ya que los temas que van a abordar no volverán a recibir la atención de Hollywood hasta pasadas muchas décadas, tímidamente en los cincuenta y abiertamente en los sesenta.

Entre esos temas se halla lo que podríamos llamar la cuestión India. Como bien sabe cualquier cinéfilo de cierta edad, los indios en los western o bien se limitaban a ser un aspecto más del paisaje, algo pintoresco como las montañas y los rios, los búfalos o los perros de la pradera, o adquirían los rasgos de la amenaza perfecta, siempre acechante y tan peligrosa como las bestias de la naturaleza, con las que compartían el destino de tener que ser exterminadas para que la civilización pudiera extenderse por esas tierras vírgenes.

Una visión externa en las que la identidad india, lo que ellos pensaban de la llegada del hombre blanco, no tenía cabida alguna, al menos hasta el final del periodo clásico de Hollywood (y aún entonces, recordemos la transformación del indio-salvaje en el indio-hippy), pero que se realiza de forma natural en los westerns de Ince, cuya acción transcurre dentro de las tribus indias, enfrentadas a la acción destructora de la civilización que llega del este,  y que son interpretados por auténticos indios, a los que se reserva el papel de protagonistas, y que se muestran siempre como gentes honradas y de una rara nobleza natural.

Last of The Line, en ese sentido adquiere rasgos de auténtica tragedia griega, en la que un jefe indio no ve otra solución a la decadencia de su pueblo que enviar a su hijo entre los blancos, para que aprenda sus constumbres y sea capaz de guiar a su pueblo en el nuevo mundo que él ya no comprende. Unas esperanzas que resultan aniquilidas cuando lo que la civilización le devuelve es un borracho pendenciero, que no busca otra cosa que entregarse al crimen y al robo, en clara alusión al triste destino de tantos indios a los que la bebida y la destrucción de su cultura original les llevó a una muerte en vida.

Una película que trata temas que en 1914 eran casi tabú, aunque obviamente no llega a su últimas consecuencias, y cuya mayor fuerza radica en la interpretación del personaje central, el jefe indio que ve sus sueños destrozados, el cual está interpretado por Grey Otter (Nutria Gris) un auténtico jefe Sioux, que otorga a su personaje una autenticidad y una nobleza increíbles para la época y para un actor  aficionado.

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