domingo, 9 de septiembre de 2012

The World at War (I): A new Germany













Como descanso hasta que arranque con mi revisión de la compilación de cortos que Mr. Beltessasar está distribuyendo por la Internet, voy a utilizar este espacio de los domingos para comentar una de las más grandes series documentales que se hayan filmado: The World at War, un intento por narrar en imágenes la segunda guerra mundial que no ha vuelto a ser igualado desde que se estrenara en los años 70.

The Word at War es grande por muchos motivos. En primer lugar, nos encontramos con una serie de 26 capítulos de una hora de duración con otros ocho de apéndices. No es ya que ninguna televisión actual pueda (o quiera invertir) en una obra de esa longitud, es que simplemente el propio formato hace casi imposible que se emita en la actualidad, en un tiempo en que la duración máxima de los programas se ha reducido a escasos cuarenta minutos interrumpidos por varias pausas publicitarias, con lo que la única forma de encajarla en la programación actual es simplemente recortarla en secciones más pequeñas, interrumpiendo irremediablemente el ritmo y la hilazón de cada episodio.

Por supuesto, la importancia de The World at War, no se reduce a su longitud. Cuando se emitió en TV, treinta años después de los acontecimientos, la generación que la había vivido empezaba a desaparecer, especialmente aquellos que habían ocupado posiciones de importancia en los acontecimientos. Prácticamente fue la única década en que figuras notables del conflicto pudieron ser entrevistadas sobre las decisiones que tuvieron que tomar, sobre los sucesos en que fueron parte protagonistas, de manera que este documental se convierte asímismo en una fuente primaria del conflicto.

Por otra parte, este rodaje en un tiempo de transición, entre la desaparición de la generación que había vivido los hechos históricos y el nacimiento de generaciones para las que ese conflicto sólo era algo que había sucedido a sus abuelos, convierte a The World at War en una especie de cinta transportadora, en un medio de involucrar a los jovenes, de tornar vivo y actual lo que no pasaban de ser cuentos de viejos. Eso fue precisamente lo que me paso a mí, que el poder de fascinación de esa serie me convirtió en un aficionado a ultranza (iba a utilizar enamorado, pero un conflicto de ese calibre, una matanza sin fin que duro cinco años, no se merece ese nombre) de la historia de la Segunda Guerra Mundial, hasta el punto que varios metros de mi biblioteca están ocupados por libros de historia de ese conflicto.

El primer capítulo de The World at War relata los prolegómenos de la guerra, el proceso por el cual el régimen nazi, recién llegado al poder en Alemania, se hizo con todos los resortes del poder en ese país, y lo transformo en una fanática máquina de guerra, que llevaría la destrucción y el horror hasta los últimos rincones del continente, en una escala como no se había concebido hasta entonces, al alcance sólo de una sociedad industrial. Es por tanto, el relato de los orígenes del conflicto, pero también, aunque no quede explícito, la descripción de un problema fundacional en la historiografía de la segunda guerra mundial: ¿cómo fue el país más culto de Europa, que había asombrado a esta continente en todos los ámbitos del arte y el saber, se convirtió en su destructor y su verdugo?

The World at War aporta lo que podría ser la versión más común y aceptada, la que parte del impacto de la primera guerra mundial y la crisis económica del 29 para intentar explicar porqué la derecha alemana le entregó todo el poder a un aventurero austriáco, cuyo partido, unos años antes, parecía estar destinado a ser la formación de ultraderecha eternamente minoritaría, como ocurrió con en el Frente Nacional de Jan Marie Le Pen, coco sempiterno de la política francesa. Otras versiones, dependiendo del tinte político del historiador, han intentado cargar los tintes en un factor o en otro, haciendo del nazismo un mal sueño eminentemente alemán, olvidando por tanto, que los años 20 y 30 son los de la crisis de la democracía y el ascenso de los totalitarismo; o bien han procurado cargar las tintas en los extremismos del otro color, como si la mano dura de Hitler (como la de Franco) fuera enteramente justificable para restaurar el orden y sólo el conflicto mundial le hubiera convertido en un monstruo, casi a su pesar o, mejor dicho, casi a pesar de estos revisionistas.

En el tiempo de The Wordl at War, no había esas dudas, el conflicto estaba demasiado cerca, y el documental se esfuerza en resaltar que Hitler no conquisto el poder, sino que éste le fue entregado. Como bien señala, Hitler es nombrado canciller por Hindenburg en un momento en que sus resultados electorales empezaban a decaer y sólo llega a esa posición porque todas las opciones de la derecha tradicional (von Papen, Schleicher) han fracasado. Más aún, el poder se le entrega a Hitler con fuertes cortapisas, en un ministerio con apenas tres ministros nazis, uno de ellos sin cartera, y bajo la vigilancia constante del ejército, destinado a ser por tanto, el hombre de paja de la derccha, alguien de usar y tirar cuando la represión haya quebrantado la columna vertebral de las fuerzas de izquierdas, los comunistas, y ya de paso, los socialistas.

Un  año más tarde, sólo había un vencedor: Hitler. La fuerzas de izquierda habían sido abolidas, puestas fuera de la ley, y los primeros campos de concentración, Dachau entre ellos, habían sido creados para encerrar a sus dirigentes y "reeducar" a los elementos más susceptibles de volver a formar parte del pueblo alemán. Aquellas fuerzas de izquierdas, como los sindicatos, que habían intentado pactar con el nuevo régimen habían sido víctimas de su doblez, de forma que las mínimas concesiones que habían conseguido arrancar se habían saldado con la ilegalización de estas formaciones. No había ido mejor a la derecha, las libertades individuales habían sido borradas de la constitución desde el primer mes, tras el incendio del Reichtag, y pronto todas las formaciones de derechas serían "invitadas" a unirse al partido, el único que podía quedar, el único que, según los nazis, representaba a Alemania.


La cosa no quedaría ahí, en el 34, Hitler metería en cintura a los elementos más díscolos de su propio partido, Röhm y las SA, y desde ese instante nada se opondría a sus deseos, mucho menos el ejército, orgulloso de los programas de armamento del Reich, o los industriales alemanes, que podían enriquecerse sin que las leyes laborales o los sindicatos les impidieran explotar a sus obreros. El camino esta abierto para convertir a Alemania en una única comunidad en la que la raza sería el patrón por el que se mediría a los buenos alemanes, y los que no se ajustasen a él, disidentes, judíos o enfermos, serían eliminados. Una comunidad en la que la palabra del Führer sería la ley absoluta y los ciudadanos obligados a obedecerla sin titubeos ni objecciones  ... algo que, desgraciadamente, sería cada vez menos frecuente a medida que los éxitos de Hitler se acumulasen.

Ahora, miremos las imagenes, que encabezan esta entrada. Son de cuando Hitler acababa de llegar al poder. Es canciller, pero el presidente es todavía Hindenburg, y es el viejo general quien tiene el lugar de honor, mientras que Hitler tiene que conformarse con un segundo plano. La cámara consigue un primer plano de su rostro,  donde se le ve tenso, reprimiendo el sentimiento de saber que aún no ha conseguido su objetivo final.

Pero su mirada es fría, acerada, la de aquel que sólo tiene un objetivo en la vida y no dudará en hacer lo que sea necesario para alcanzarlo.

3 comentarios:

Nonsei dijo...

¿No crees que en general se exagera mucho con la "humillación de Versalles" para explicar el triunfo del nazismo?
¿En The World of War también se insiste en eso?

Nonsei dijo...

The World at War, perdón

David Flórez dijo...

Sí y no.

Evidentemente, la república de Weimar se pudo librar de muchas de las condiciones del tratado, como las reparaciones, que prácticamente no pago.

Sin embargo, hechos como la desmilitarización de la Renania o la ocupación francesa de los años 20 siempre fueron armas en manos de la derecha, extrema o no.

Aunque hay que decir que por mucha humillación que hubiera, lo que realmente hizo que los nazis abandonaran el limbo de los pequeños partidos fue la Gran Recesión, que mató el frágil sistema de Weimar e hizo pensar a las "gentes de bien" que los chicos de la porra eran la única salida.

Para lo que si sirvió la "humillación" fue para que Hitler se apuntara tanto propagandístico tras tanto propagandísitico, al ir eliminando las clausulas del tratado sin que los aliados rechistaran.

En the World at War no se hace especial hincapié, ya que están más interesados en mostrar como Alemania se nazificó en los seis años antes de la guerra. La humillación aparece como uno de varios factores, especialmente como elemento subjetivo que daba ventaja a los que proponían la confrontación con los aliados y no la colaboración.

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