miércoles, 9 de noviembre de 2016

Leyendo a Camus (y XI): Le premier Homme

Le mer était douce, tiède, le soleil léger maintenant sur les têtes mouillées, et la gloire de la lumière emplissait ces jeunes corps d'une joie qui les faisait crier sans arrêt. Ils régnaient, sur la vie et sur la mer, et ce que le monde peut donner de plus fastueux, ils le recevaient et en usaient sans mesure, comme de seigneurs assurés des leurs droits leur richesses irremplaçables.

Albert Camus, Le premier Homme

El mar era suave, cálido, el sol ligero sobre las cabezas mojadas y la gloria de la luz llenaban los jóvenes cuerpos de una alegría que les hacía gritar sin cese. Reinaban sobre la vida y el mar, y aceptaban y usaban sin mediad aquello que el mundo puede dar de más fastuoso, como si fueran señores seguros de sus derechos sobre riquezas irremplazables.

Resulta curioso que la obra de Camus se concluya con una novela cuyo tema suele ser elegido por los escritores noveles: la narración figurada de la infancia y juventud del propio escritor.

Aunque ese enfoque suele aconsejarse como la mejor vía para comenzar una carrera literaria - el famoso "escribe de lo que conozcas" -, no deja de ser difícil y peligroso. En la mayoría de los casos conduce a escritores de una sola obra, puesto que agotada la mina de los propios recuerdos, no saben ya encontrar otros yacimientos narrativos que explotar. Es cierto que hay excepciones, grandes excepciones, como el Mann de Die Buddenbrook (Los Buddenbrock) o el Musil de Die Verwirrungen des Jungen Torless (Las tribulaciones del joven Torless), pero en ambos casos no se trata de unas confesiones más o menos disimuladas, sino de la reconstrucción manipulada de un ambiente social y un tiempo histórico. La creación, en definitiva, de algo nuevo, a partir de materiales extraídos de la propia biografía del escritor, pero que para cuya identificación y separación correcta requieren una investigación en profundidad. La voz del protagonista del relato, por tanto, no coincide ya con la del escritor, sino que se ve desplazada - destilada y sublimado -  hacia otros ámbitos temáticos, precisamente los que permiten el salto hacia una obra posterior.


La consideración moderna de esta literatura memorialística es tanto más sorprendente cuanto que ese género se consideraba antes privativo de la vejez. No es otro el caso de, por ejemplo, Chateaubriand y Lope de Vega, quienes se embarcan en esta tarea cuando ya están muy pasados, convertidos en antiguallas incluso para sí mismos.  Recuerdan y recrean así su juventud cuando ésta ya es indistinguible de un ensueño, cuando no deja de ser otra ficción similar a las muchas ya escritas hasta entonces. Tal sería incluso el caso de Proust, intentando rescatar del olvido su tiempo perdido, aunque en este caso entraríamos ya en el caso del alquimista literario, perdido entre alambiques y redomas, como demostraría la larga historia de la composición de À la Recherche du temps perdu (En busca de tiempo perdido), con las muchas versiones y encarnaciones que atravesó hasta llegar a su estado incompleto actual.

La última novela de Camus se inscribe así en ese genero memorialistico consistente en valorar una vida, la propia, una vez que se ha dejado atrás. Es cierto que esa clasificación se debe exclusivamente a la casualidad, puesto que si Camus no hubiera muerto en accidente de tráfico, Le Premier Homme no habría pasado de ser una obra más en su producción, pero deja bien clara la incongruencia de la memorialística moderna: tener que narrar tu biografía antes de gozar de perspectiva.

 Porque como bien sabrán Uds., mis lectores, por propia experiencia, es muy fácil juzgar a los demás y acertar en esas apreciaciones, mientras que cuando se trata de uno lo más común es meter la pata. O dicho de otra manera, que si bien hay que hablar de lo que se sabe, el mejor punto de vista es el del espectador, un tanto desligado e indiferente, mientras que para insertarse como protagonista hay que esperar a que los conflictos, los odios y los enamoramientos, hayan dejado de tener importancia. A que estén muertos y enterrados, reduciéndose la tarea del novelista a exhumarlos para constatar su identidad, antes de devolverlos al olvido.

En cierta manera, ése es el significado último de Le premier Homme: el ajuste de cuentas de Camus con su juventud, sus orígenes y el peso de estos sobre sus ideas y concepciones. No es la única interpretación - hay otras muchas lecturas, como ya les conté hace unos años -, pero en esta relectura me ha llamado la atención el grado en que Camus subraya su pertenencia a un grupo social muy concreto: los llamados pieds-noirs argelinos, los emigrantes franceses en Argelia, en sus estratos sociales más bajos. Este atención no es inocente - nada en la obra de Camus es inocente, ni mucho menos apolítica -, puesto que pone de manifiesto una contradicción en la sociedad francesa que la estaba llevando al desgarro. A ella y a la propia izquierda.

Se trata, como puede imaginar, de la guerra de Argelia. Un enfrentamiento que no sólo se plasmó en términos coloniales, es decir, la insurgencia de una población nativa contra unas élites ocupantes, sino que adquirió rasgos de guerra civil, tanto en la colonia como en la metrópoli. El caso de Argelia - como podría ser el de Sudáfrica - fue muy distinto al de otras colonias, ya que normalmente la descolonización sólo acarreaba el retorno de grupos reducidos de administradores y colonos, dueños estos últimos de grandes plantaciones, sin especial arraigo. Los pied-noirs, por el contrario, podían en algunos casos remontar sus orígenes a la propia fundación de la colonia en 1830, mientras que la consideración de Argelia como provincia francesa había conducido a una emigración que replicaba y cuya pobreza poco se distinguía de la de sus vecinos árabes.

La guerra de Argelia no fue así sólo un conflicto entre Metrópoli y colonia o entre colonos explotadores y naturales explotados. Fue también una guerra civil entre los estratos más pobres de la sociedad argelina, o dicho de otra manera, el conflicto político entre las élites se exportó a las clases más bajas, que actuaron como soldados en esa guerra, durante la que se radicalizaron y deshumanizaron en mayor medida que sus propios dirigentes. Es así donde llegamos al dilema existencial que anida en el libro, especialmente en sus secciones no retrospectivas: el íntimo y doloroso descubrimiento de estar siendo extirpado de tu propio país, unido al reconocimiento, no menos doloroso, de que lo que se ha roto ya no podrá ser separado. Que el odio entre las comunidades sólo podrá ser solucionado si ambas permanecen separadas para siempre, mejor con un mar entre medias.

No porque antes existiesen puentes entre ella, todo lo contrario. Precisamente uno de los elementos más incómodos en la obra de Camus es que en ella, a pesar de estar ambientada en Argelia, el árabe sólo aparece como elemento decorativo, casi como parte del paisaje natural. Olvido y ausencia tanto más sorprendente cuanto conocido es el humanismo radical de este escritor, pero que ayuda a explicar porque, una vez roto el silencio, pronunciado lo indecible, fue imposible que los pieds-noirs permanecieran en la que también había sido su patria.

Porque nunca hubo una comunidad francoargelina, sino dos, ajenas la una a la otra. Mejor dicho, una con el recuerdo constante de haber sido ocupada y despojada por la otra. Injusticia original de la que luego se derivaría otra injusticia similar, ya que muchos de los que tuvieron que exiliarse eran tan pobres, tan miserables, como lo que recuperaron su país.








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