lunes, 19 de diciembre de 2016

Abismos infranqueables

- No, espere - exclamó Noonan, sintiéndose defraudado por algún motivo -. Si no saben cosas tan simples como ésa... Bueno, al diablo con la razón. Por lo visto es un verdadero pantano. Okey, pero ¿qué pasa con la Visitación? ¿Qué piensa usted de la Visitación?
- Será un placer. Imagine un picnic.
Noonan se estremeció.
- ¿Qué dijo?
- Un picnic. Imagine un bosque, una pradera. Un coche sale de la ruta y se de él baja un grupo de gente joven, con botellas, cestos de comida, radios a transistores y máquinas fotográficas. Encienden fuego, arman carpas, ponen música. Por la mañana se marchan. Los animales, los pájaros y los insectos que los han estado observando horrorizados durante la larga noche vuelven a salir de sus escondrijos. ¿Y con qué se encuentran? Nafta y aceite derramados en el pasto. Válvulas y filtros usados, estropajos, bombitas quemadas y alguna llave inglesa que alguien olvidó. Manchas de aceite en el estanque. Y también, por supuesto, las basuras de costumbre: corazones de manzana, envolturas de caramelos, restos chamuscados de la hoguera, latas, botellas, un pañuelo, una navaja, periódicos destrozados, monedas, flores marchitas recogidas en otra pradera. 
Arkadi y Boris Strugatski, Picnic Extraterrestre

Si vienen leyéndome, sabrán de mi fascinación por el director Andréi Tarkovski y en especial por su película Stalker.  Tras mi reciente revisión de esta obra , me decidí a leer la novela original en que se basaba, al igual que mucho tiempo antes, ver el Solaris de Tarkovski me condujo al Solaris de Lem, escritor que pronto se convirtió en uno de mis favoritos. En el caso de Stalker, sin embargo, mis investigaciones literarias me han llevado al desconcierto, de manera que no sé muy bien a qué carta quedarme. Básicamente, porque entre los dos Stalker media un abismo infranqueable. Los dos Solaris, más mal que bien pertenecían al mismo mundo temático y era posible imaginar maneras y modos de conseguir que sus caminos confluyeran. Los dos Stalker, por el contrario, pertenecen a universos irreconciliables.

Stalker se basa en una novela corta, no llega a doscientas páginas, de los hermanos Arkadi y Boris Strugatski, quienes se hicieron un nombre en la ciencia ficción de las últimas de décadas de existencia de la URSS. En este relato, de nombre Picnic extraterrestre, los Strugatski fabulan uno de los temas clásicos del género, el del contacto con inteligencias extraterrestres. Sólo que con una diferencia con respecto a lo habitual, siguiendo en ello a mi muy admirado Lem, ya que este contacto se revela imposible. Los extraterrestres, o lo que fuera que fueran, pasaron por nuestro planeta fugazmente sin reparar en nosotros, ni mucho menos reconocernos como especie inteligente. El abismo técnico e intelectual era demasiado grande, similar al que nos separa a nosotros con los insectos, seres vivos cuya existencia sólo se nos hace visible cuando nos molestan y con quienes no buscamos comunicarnos, ni hacerles partícipes de nuestra tecnología.

Esa misma tecnología superior, precisamente, que ha tornado las zonas donde se posaron en páramos inhóspitos, hostiles a la presencia humana, sembrándolas de objetos abandonados de los que sólo de vez en cuando se ha podido sacar algún provecho. Sin que en ningún momento se sepa si estamos adorando basura abandonada o si realmente estamos utilizando algo de lo encontrado de la manera correcta. Enfrentados a los restos de ese picnic extraterrestre, no somos muy distintos de la nutria que se enreda y muere, atrapada por los aros de un paquete de seis latas de Coca-Cola, o del cangrejo ermitaño que utiliza la vaina de un cartucho usado como caparazón protector,

Enfrentados a la zona, nuestra inteligencia, nuestro raciocinio, nuestras previsiones y precauciones, de nada sirven. De hecho, las zonas se han convertido en agujeros incómodos en la superficie de nuestro planeta - ubi habitant dragones - , zonas sin ley donde convergen despliegues militares, traficantes y contrabandistas, intereses ocultos y conspiraciones varias, todos interesados en hacerse con los hallazgos de la zona, sin preocuparles el daño que su uso o su presencia fuera de ese lugar maldito pudiera causar. Porque los habitantes originales de esas zonas, todo aquel que se ha adentrado en ellas, incluso los que han sabido de su existencia y se han relacionado con los que las visitaron, está marcado y condenado, mientras que el resto de la humanidad, al irse extendiendo su influencia, ha devenido parásito de esas tecnologías absurdas e imposibles, incapaz de vivir ya sin ellas.

Ésa es otra posibilidad, la de que este picnic extraterrestre no fuera casual, que ni siquiera fuera un picnic, sino una operación de fumigación para eliminar unos insectos indeseables que se ha encontrado uno en casa, dejando cerca de sus madrigueras objetos brillantes que les tenten y les atraigan, para luego atraparles y matarles. Pero en realidad, poco importa lo que fuera que causó las zonas, porque el caso es que todo aquel que trata con ellas está condenado, algo de lo que el relato no deja ningún espacio para dudarlo. No ya por su pesimismo, sino por el carácter bronco y desesperado de los personajes, sabedores todos de que la vida tranquila, la vida humana de antaño, ya no es posible en este nuevo mundo post-contacto. Ahora se trata de sobrevivir a costa de los demás, de aguantar un día más que los otros y de conseguir el dinero para disfrutar de ese tiempo extra del que se dispone.

Realismo naturalista, desesperación sin paliativos que, como les decía, está en las antípodas del talante Tarkovsiano. Para él, a pesar del horror desconocido, de los muchos peligros innombrables, que habitan en la zona, ésta es en realidad un elemento de salvación. Sólo que para una humanidad renovada.

La de los hijos de la zona.

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