martes, 28 de marzo de 2017

Cine Polaco (XII): Krzyzacy (Los Caballeros de la Orden Teutónica, 1960) Aleksander Ford

































Ninguna compilación está exenta de patinazos. En el caso de la de Cine Polaco realizada por Scorcese, me atrevería a decir que ese error es Krzyzacy, una película que me parece estar muy por debajo del nivel de las otras. Especialmente si se la compara con la comentada hace unas entradas, Niewinni czarodzieje (Hechiceros Inocentes, 1960) Andrej Wajda, de la que le separan abismos estéticos, a pesar de haberse rodado ambas en el mismo año.

Parte de esta incomodidad que produce la película se debe a la figura de su director. Ford fue uno de los impulsores del cine Polaco tras la segunda guerra mundial, pero su labor se plasmó en crear una estructura de producción férreamente sometida a los dictados ideológicos del partido. Esta sumisión intelectual implicaba obligatoriamente la censura y la purga, de la cual Ford fue víctima por dos veces. La primera cuando sucumbió a las luchas de poder que tuvieron lugar apenas fundada su industria estatal de cine polaca. La segunda, una vez rehabilitado, porque su condición de judío le llevó a ser represaliado a finales de los 60, cuando un rebrote de antisemitismo condujo a limpiar los cuadros dirigentes de personas de esa religión. Irónicamente, y tras una década larga de exilio, acabaría suicidándose en Florida, en los EEUU. Él, partidario y defensor a ultranza del comunismo en su línea estalinista.

Sin embargo, esta colaboración sin vacilaciones con un totalitarismo no debería llevarnos a menospreciar o censurar su cine. Peores cosas se aceptan y aún se admiran. El problema es que una película como  Krzyzacy huele a rancia y ya debía hacerlo cuando se estrenó en los sesenta. Frente a lo que se podía esperar de un cineasta comprometido políticamente con una ideología muy concreta, la película de Ford no se diferencia apenas de tantos títulos hollywodienses, como Ivanhoe (Richard Thorpe, 1952) o Prince Valiant (El príncipe Valiente, 1954, Henri Hathaway), que proponían una edad media de cartón piedra, rodada con los colores fluorescentes del Cinemascope. Algo que tampoco es privativo de Ford o Krzyzacy, sino que se extiende a todo el cine estalinista, tan conservador él.

De hecho, el mimetismo es tan completo que la única pista que revela que estamos ante una película del otro lado del telón de acero es la batalla final. Un combate que enfrenta de forma solapada a oriente y occidente, que culmina en una escena que recuerda la de la marcha triunfal ante el Kremlin de las tropas victoriosas del Ejército Rojo tras la derrota de la Alemania nazi. Fuera de este detalle, el resto es una novela por entregas decimonónica, donde la época histórica no es otra cosa que un decorado intercambiable para representar los usuales amoríos, encuentros casuales, casualidades determinantes, intrigas, traiciones y hazañas, aderezados con inesperados giros de la trama. 

Por supuesto, gran parte de estos efectos ya debían estar en la obra original que se adapta. Su autor, Heri Sienkiewicz, es más conocido en Occidente por la novela Quo Vadis?, obra que en su origen literario y en su adaptación cinematográfica adolecía de los mismos defectos que este Krzyzacy. Sin embargo, da la impresión de que los cortes en la adaptación sólo han servido para empeorarlos, mientras que un buen guionista habría sabido barrerlos bajo la alfombra. Así por ejemplo, algunas muertes que se producen son incomprensibles y sólo parecen servir para que un personaje se encuentre con otros, aunque esto luego no tenga influencia alguna en la trama, mientras que otros fallecimientos son obligados para permitir que el protagonista quede libre de sus compromisos. Trucos, como digo, ya demasiado viejos y manidos como para que una buena adaptación no intentase disimularlos.  

Pero aún así, si Krzyzacy se hubiera tomado en broma, como hacían tantas adaptaciones del Hollywood clásico, la película podría haberse salvado. Desgraciadamente, se toma demasiado en serio, se muestra con con una solemnidad y una importancia que le roba de toda vida, de toda pasión. A pesar de tantas peripecias, de tantas aventuras, de volar de una escena a otra sin dar tiempo casi a enterarse de lo que pasa, Krzyzacy es pesada, sin inspiración, energía o empuje. 

Vieja y rancia, como ya les adelantaba.


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