jueves, 6 de abril de 2017

La red y la expansión (VI)

Das ökonomische Beutezyklus entspricht politisch eine Gewaltzyklus. Der Herrschaftsanspruch der Conquista musste sich in der ersten Jahrzehnten erst einmal durchgesetzt werden, oft genug mit brutaler Gewalt, wo sich die lokalem Eliten nicht zur Unterwerfung bequemten. Immer wieder kann es auch zu gewaltsamen Widerstand der Indigenas, die freilich nie eine gemeinsame Front gegen ihren neuen Herren gebildet haben. Dann wäre es wahrscheinlich um deren Herrschaft geschehen gewesen. Denn die Bedingung der Möglichkeit ihrer Durchsetzung war die lokal begründete Identität der Indigenas, denen die alten Imperien nicht mehr bedeuten hatten als das neue. Solange die lokalen Eliten ihre Interessen gewahrt sahen, fügten sie nicht hier so gut ein wie dort. Allenfalls die neuartige Forderung nach einen Wechsel der Religion wirkte störend. Denn auch das Christentum, wurde in jenen Jahren gewaltsam ausgebreitet, nicht durch ausdrücklichen Glaubenszwang, denn der war theologisch unzulässig, sonder durch planmäßige Vernichtung der bisherigen Religionen, durch Zerstörung ihrer Kultstätten und Kultgegenstände und durch Unterdrückung ihres Kultus.

Wolfgang Reinhard, der Unterwerfung der Welt

Al ciclo de saqueo económico se correspondía un ciclo de violencia. Las aspiraciones de dominio de la cosnquista debieron llevarse a cabo de una vez en sus primeros decenios, frecuentemente con  violencia brutal allí donde las elites locales no se acomodaban a la sumisión. Una y otra vez contra la violenta resistencia de los indígenes, que nunca consiguieron formar un frente común contra sus nievos amos. En ese caso probablemente ellos habrían conseguido ser los dominadores, ya que la condición que posibilito que la conquista se llevase a cabo, fue la identidad local de los indígenas, para la que los nuevos y los viejos imperios valían lo mismo. En tanto que las elites locales vieran asegurados sus intereses, se integraban igualmente en uno como en el otro. En todo caso, la nueva exigencia de un cambio de religión tuvo repercusiones indeseadas. Porque la Cristiandad también se extendió en ese tiempo de forma violenta, no mediante conversiones forzosas, dudosas desde un punto de vista teológica, sino a través de la aniquilación planificada de las antiguas religiones, mediante la destrucción de los lugares y objetos de culto, así como la represión de ese culto.

Siguiendo con la comparación entre el Imperio Español y los otros imperios europeos, una excepcionalidad del primero es que se las arregló para conseguir cambios irreversibles. Tras la descolonización de los años 60 del siglo XX, los imperios europeos decimonónicos e incluso algunos contemporáneos del español, como el portugués, desaparecieron sin dejar huella en las tierras que ocuparon. Ni la lengua ni la religión de los colonizadores pasaron a ser la de los sometidos, en claro contraste al caso hispano, que creo multitud de sociedades hijas por todas las Américas. 

A esto se podría oponer el caso de Australia, Nueva Zelanda, Sudáfrica, el Canadá o los mismos Estados Unidos. Sin embargo, la victoria de occidente en esas tierras se ha debido simplemente a la desaparición de la población nativa, substituida por contingentes de emigrantes europeos. En el resto de las colonias occidentales. tanto en África como en Asia, el proceso ha sido el contrario y a la ocupación europea ha sucedido un claro movimiento de "revival", en el que los trasgos culturales anteriores a la colonización han sido recuperados y potenciados. Bien de forma radical, como en el mundo Islámico, o de manera más atenuada, como en la China o en la India.

¿Cuál es la razón de esta divergencia?

Su propia existencia obscurece las verdaderas causas. Hace unos pocos días hemos escuchado al director de RTVE, representante de esa derecha extremista redivida que parece triunfado en nuestro país, hablar de conversiones religiosas y superioridades culturales a la hora de justificar el triunfo del imperio español en América. Su opinión, falsa y torticera, no es otra que la del imperialismo más rancio, del nacionalismo más excluyente, ésos que justificaban la conquistas en aras de una salvación del resto de la humanidad, para propagar así los beneficios de la auténtica y verdadera religión. De la superioridad esencial de un Occidente que por primera vez, en el siglo XVI, había conseguido ponerse a la altura del resto de las civilizaciones, y,  gracias precisamente al dominio de las Américas y el control de las vías marítimas, sentaba las bases de su supremacía futura.

Sin embargo, la razón del triunfo cultural español, a pesar de lo que proclaman nuestras rancias derechas, no está en nuestra superioridad moral y cultural. Volviendo al caso del siglo XIX, cuando Europa estaba verdaderamente a la cabeza del mundo y todas las civilizaciones debían decidir si occidentalizarse o perecer, la colonización cultural, expresada en lengua y religión, sólo tuvo éxito en contados casos. Precisamente en aquellos donde las poblaciones nativas eran una minoría frente a los emigrantes, quedando así pronto reducidas a reservas localizadas en fracciones ínfimas de su propia tierra, mientras que ese vacío permitía a los europeos reconstruir ex novo sus propias instituciones y culturas. Cuando no era así, como en el sudeste asiático o en África, la política de los colonizadores, restringidos a la posición de una ínfima casta de gestores, prefirió dejar que los colonizados siguieran profesando sus religiones, manteniendo sus constumbres, hablando sus lenguas nativas.

Muy otro fue el caso de la América Hispana. Desde un principio, los conquistadores se esforzaron por crear una nueva España fuera de la península. Muestra perfecta de esto fue la red de ciudades de nueva planta que cubrieron el espacio americano, que pronto substituyeron la antigua red urbana precolombina, modificando la fisionomía de algunas metrópolis como México y Cuzco casi por completo, mientras transformaba otros asentamientos en auténticas ciudades fantasma. América, por tanto, debía ser española y cristiana en todos los sentidos sin que quedase lugar para las antiguas culturas, fuera de las formas medio disfrazadas de la devoción popular. Santuarios, templos y lugares de culto, fueron por tanto cristianizados y españolizados. Algo que a los otros colonialismo del siglo XIX, ni al británico ni al francés, se les llegó a ocurrir jamás, o al menos de manera general, temerosos de la reacción de sus colonizados, de perder el consenso de sus súbditos, para los que no eran otra cosa que "un imperio más igual que los otros".

El colonialismo español fue, por tanto, mucho más radical y definitivo que los posteriores, pero con esta constatación no hemos llegado a resolver la pregunta. ¿Por qué triunfo en esa forma? ¿Por qué no fue derribado por una rebelión masiva, entonces o en tiempos de la descolonización del XIX? La razón, me temo, es la que comenté en entradas anteriores. No la superioridad, por supuesto, de la cultura española, ni la de sus armas. Tampoco la  dureza y crueldad de su régimen, que a pesar de todo contó con apoyos indígenas que la posibilitaron. Se trata simplemente de la catástrofe demográfica de la conquista, provocada por las guerras que la crearon y las enfermedades traídas por los españoles.

Sólo ella convirtió a los pobladores originales en minorías dentro de su país, cuando no las eliminó por completo. Sólo así, por tanto, pudimos actuar a nuestro antojo.

Nosotros. Los españoles.



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