miércoles, 24 de mayo de 2017

Aparte y ausente





























Por desgracia, no puedo ser objetivo al hablar de Koe no Katachi (A Silent Voice, 2016), película dirigida por Naoko Yamada para el estudio Kioto Animation, basándose en el manga del mismo título dibujado por Oima Yoshitoki. La historia que narra me afecta ptrofundamente, en parte por razones biográficas que ya deben conocer, si leen este blog, pero también en parte, por otras mucho más inconfesables. Digamos que siempre he tenido especial debilidad por las historias de amor y redención, dos temas que se entrecruzan en esta narración de los abusos a los que un escolar somete a su compañera muda, para luego, ya mayores, reencontrarse e iniciar un un largo proceso de arrepentimiento, perdón y reconciliación. Para salir ambos, finalmente, de la soledad en la que ellos mismos se encerraron.

Digamos, para ser algo ecuánimes, que la película no es perfecta, al igual que tampoco lo era el manga, a pesar del impacto emocional que me produjo. A esta adaptación se le notan demasiado las costuras, el esfuerzo de embutir en dos horas largas lo que había sido contado en siete tomos. Sin embargo, también es digno y loable. Especialmente porque aunque casi todo lo contado en viñetas está presente, no se trata de una fotocopia al uso, de esas que reproducen milimétricamente lo dibujado, sino que se ha buscado extraer lo esencial. Reunirlo en otro orden distinto, más cinematográfico, mucho más fluido.

Fuera han quedado tramas que en el manga original sólo servían para lastrar la narración, producto de esa necesidad que tienen las series de no acabar demasiado pronto, pero que sólo las lleva a dar vueltas y vueltas sobre el mismo tema. Ese deseo de simplificación alcanza su culmen en la primera parte de la película, con seguridad su mejor segmento, en donde los abusos son narrados de forma impresionista, a base de pequeños retazos que poco a poco van cobrando cuerpo y sentido, casi culminando en un clímax que bien podría haber servido de cierro. Sin embargo, este rigor narrativo se relaja en la segunda parte, donde la cinta se desmorona un tanto, con varios personajes completamente desdibujados y más de una inverosimilitud argumental. Consecuencia clara de querer resumir seis tomos enteros en poco más de una hora, empeorado además porque uno de ellos, el sexto, es magistral, pero también debido las propias inconsistencias de una obra original que se obliga a tener un final feliz y no sabe muy bien como lograrlo.

No obstante, a pesar de estos lunares provocados por los obligados cortes para adaptarlos al formato cinematográfico, no estoy seguro que haberlo convertido en serie hubiera contribuido a mejorarlo. Como les decía, el material de origen ya tenía bastantes defectos y, seguramente, estos habrían devenido bien visibles, si se hubiera dejado más tiempo a la narración. Aligerada, la película gana, más aún cuando quien está a cargo de la adaptación es Kioto Animation, estudio que ha acabado con cierta mala reputación, por crear productos sin alma o revolcarse sin reparos en el peor modo, pero que incluso en sus peores producciones se ha distinguido por una virtud al alcance sólo de los más grandes: saber reproducir en animación esos gestos mínimos, casi imperceptibles, que dan sentido completo a un personaje o una situación. Lo que yo llamaba, cuando me aficioné a esto de la animación, el recordar lo visto para luego representarlo con toda justicia.

Eso, al final, es lo que queda y lo que se recuerda de ese estudio, ese gusto por el detalle nimio que hace única a sus mejores obras, memorables incluso a las peores. Por ejemplo, cuando en un momento crucial se reproduce en imágenes como un personaje recula y, en su retroceder, camina hacia atrás apoyándose en su talones. Titubeando y perdiendo casi el equilibrio. Mostrando su miedo y su azoramiento

Y como ése, tantos otros.


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