martes, 6 de junio de 2017

Cine Polaco (XXIV): Trzeba zabic te milosc (Para matar este amor, 1972) Janusz Morgenstern















































Con Trzeba zabic te milosc (Para matar este amor, 1972), dirigida por Janusz Morgenstern, he llegado al final de mi revisión de las restauraciones de películas polacas auspiciadas por Martin Scorcese. No es que vaya a dejar de lado el cine polaco, todo lo contrario. Revisando mi colección de DVDs, he encontrado un buen tesoro de películas de esa nacionalidad, que espero comentar a no tardar mucho. Sin embargo, sí considero que es el momento apropiado para hacer una parada y dedicarme a explorar otras regiones de la cinematografía, para así volver con fuerzas renovadas.

En lo que respecta a Trzeba zabic te milosc, me llamó la atención una frase de las notas que acompañan la edición. Indicaban que la película se podía confundir con una de tantas otras, hace largo tiempo olvidadas, completamente prescindibles, que en la Polonia de aquel entonces buscaban reflejar los problemas de la juventud. Siempre, obviamente con una intención un tanto propagandística, buscando quitar hierro a los problemas de la edad, para subrayar en cambio la alegría y la ilusión propia de tener pocos años. Ese tipo de cine, con esa orientación, como pueden esperar, no era exclusivo de los  regímenes totalitarios comunistas, ni tampoco  ha quedado relegado a un pasado determinado. Supera cualquier realidad política, casi cualquier época, para convertirse en una constante cultural de la que siempre pueden identificarse obras contemporáneas. No por otra razón que la que tiene cualquier sociedad de justificarse a sí misma, de demostrar que en ella hay lugar para las generaciones venideras.

Sin embargo, por debajo de esas imposiciones obligadas, en la película de Morgenstern se filtra la realidad, hasta empaparla por completo. Realidad que no es bella, ni hermosa, mucho menos optimista, ni por supuesto queda compensada por esas virtudes que atribuimos, siempre a posteriori, a la juventud. Porque esa energía, esa vitalidad, se ve entorpecida a cada paso por la falta de los medios que la permitan expresarse. Negada por la ausencia de habitación, de independencia, de trabajo y dinero, de seguridades, que poco carcomen y derrumban hasta los espíritus más fuertes. La pareja protagonista de Trzeba zabic te milosc, por tanto, vaga sin rumbo en una Polonia empobrecida y sin perspectivas, rebotando de un lugar a otro, sin poder quedarse nunca a solas, excepto en los resquicios que la casualidad les ofrece. Sin avisar y en lugares que poco tienen de santuario, de refugio para ese amor que se profesan.

Sus vidas transcurren así, la mayor parte del tiempo, lejos el uno del otro. Las veces que se reúnen es casi siempre en presencia de otros, como si una cuña incluso entonces les separase. De esa manera, paulatinamente, se acostumbran a vivir el uno sin el otro, a actuar sin el conocimiento, mucho menos el consenso, del amado. A aceptar, aunque sea inconscientemente, que en un instante dado podrán llegar a traicionarle y que lo harán sin dudarlo, si la necesidad así lo obliga. Traición que tanto más fácil será precisamente por esa confianza que se tienen, incluso más cruel y desalmada, en comparación, por dirigirse hacia quien jamás la sospecharía.

Tras ella, el odio sin posibilidad de perdón. Pero también la trampa, ésa que uno se ha construido con sus propias manos y que por ello mismo nos negamos a abandonar. Porque, el amor, su locura y su torbellino, son imposibles de anular en un instante o deshacer de un papirotazo. Se niegan a morir, continúan rigiendo nuestros actos, de manera que para vencerlos nos obligan a mantener estricta vigilancia, rigor inquebrantables, sobre la más nimia de nuestras acciones. Sabedores de que la menor debilidad provocará nuestro desplome, nos entregará de nuevo, derrotados, en los brazos de aquel a quien odiamos.

De ahí que sólo quede una salida. Asesinar ese sentimiento. Aunque el dolor que produzca sea semejante al de clavarse un cuchillo en el pecho.


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