sábado, 5 de agosto de 2017

Los laberintos de la fe (II)

Towards the end of the twelfth century various Spanish cities, and notable Seville, witnessed the activities of mystical brotherhoods of Moslems. Those people, who were known as Sufis, were "holy beggars", who wandered in groups through the streets and squares, dressed in patched and particoloured robes. The novices amongst them were schooled in humiliation and self-abnegation: they had to dress in rags, to keep their eyes fixed on the ground, to eat revolting foodstuffs; and they owed blind obedience to the master of the group. But once they emerged from their noviciate, these sufis entered a realm of total freedom. Disclaiming book-learning and theological subtleties, they rejoiced in direct knowledge of God. Indeed, they felt themselves united with the divine essence in a most intimate union. And this in turn liberated them from all restraints. Every impulse was experienced as a divine command; now they could surround themselves with worldly possessions, now they could live in luxury - and now too, they could lie or steal or fornicate without qualms of conscience. For since inwardly the soul was wholly absorbed in God, external acts were of no account.

Norman Cohn The Pursuit of the Millenium

Hacia el final del siglo XII, distintas ciudades españolas, especialmente Sevilla, presenciaron las actividades de la hermandades místicas musulmanas. Esas personas, conocidas como sufitas, era "mendigos santos", que vagaban en grupos por plazas y calles, vestidos con ropas multicolores y llenas de parches. Sus novicios eran educados en la humildad y la abnegación; tenían que vestir de harapos, mantener la mirada en el suelo, comer alimentos repugnantes, además de una obediencia ciega al maestro del grupo. Pero una vez que terminaban su noviciado, estos sufitas entraban en un dominio de libertad completa. Despreciando el saber de los libros y las sutilezas teológicas, se ufanaban de conocer directamente a Dios. En verdad, se sentían unidos con la esencia divina de la forma más íntima y esto a su vez les libraba de todas la ataduras. Todo impulso se percibía como orden divina: ahora podían rodearse de riquezas, vivir lujosamente, y ahora también podían mentir, robar y fornicar sin remordimientos de consciencia. Por que en su interior el alma estaba sumida en la divinidad y los actos externos no tenían repercusión en ella.

Les hablaba en una entrada anterior de como me habían dejado bastante frío los dos libros que había leído sobre el cristianismo medieval y las herejía surgidas en su seno. A pesar de los muchos datos que contenían, se quedaban cortos a la hora de describir el clima social e intelectual que había propiciado su nacimiento, junto con las repercusiones que había tenido su desarrollo, represión y derrota. A pesar de la narración de batallas y asedios, de las persecuciones y ejecuciones, de las muchas controversias religiosas, algo muy importante se escapaba: llegar a comprender porque esas ideas, aparentemente absurdas cuando se las contempla desde nuestro presente, habían levantado esos odios inextinguibles, habían amenazado con derribar sus sociedades de origen, habían merecido esa venganza inmisericorde, una vez abatidos.

De esa carencia no se puede acusar al libro de Norman Cohn que les comento en esta entrada. De hecho, el único defecto del libro es que su campo de análisis se reduce a la Europa Noroccidental y Central: Francia septentrional, Inglaterra, los Países Bajos, Alemania, Bohemia, lanzando sólo miradas de refilón a lo que ocurría en Provenza, Italia o los reínos cristianos de España. Una pena, porque pocos libros han conseguido reflejar con mejor fidelidad ese ambiente de frenesí que acompañaba a estos movimientos heréticos, milenarios y revolucionartos: ese hacer posible, durante un breve periodo de tiempo, lo que poco antes era inconcebible. De ahí, quizás, que el libro siga siendo publicado y leído con avidez aún hoy, cuando de su primera edición hace ya sesenta años.

¿Pero qué es ese frenesí del que les hablo? Mejor dicho, ¿qué era lo que motivaba que, de repente, masas enormes de campesinos y trabajadores urbanos, de vagabundos y desheredados se pusiesen a seguir a un profeta? No eran, por supuesto, las sutilezas teológicas o las polémicas en torno a un punto del dogma. Esos datos, los que suelen quedar en los libros de historia, recogidos puntualmente en las refutaciones hechas tras haber ocurrido los hechos y aquietada la situación, no nos sirven para entender ese impulso, esa locura que llevaba a los hombres abandonar sus casas, unirse a sectas fuera de la ley, adoptar constumbres absurdas e ilógicas, arrostrar la persecución y la muerte. Incluso, en los casos más extremos, a formar ejércitos cuya propia fe y coraje bastaban para derrotar a todos sus enemigos, fueran éstos los musulmanes de tiempos de la primera cruzada, la corona británica en tiempos de la revuelta Wat Tyler o los cruzados cristianos que intentaban mantener a raya a las expediciones de fanáticos husitas.

Lo que nos descubre Cohn es que para entender esos movimientos hay que fijarse también en los aspectos sociales, tanto estructurales como coyunturales. Todos estos movimientos heréticos se caracterizan por un ansia de liberación, sea personal o colectiva, sea en el presente o en el futuro, que refleja una estructura social profundamente jeraquizada e injusta. Un mundo, el medieval, en el que los poderosos tienen todas las garantías y seguridades, pudiendo ejercer su violencia a placer sobre los inferiores, mientras que estos inferiores están sometidos a todo tipo de arbitrariedades, las de los nobles y el clero en primer lugar, pero también las de las naturaleza y las crisis econónicas.

En estos movimientos hay, por tanto, un esencial sentido social. Una ansia por modificar las estructuras de poder, para ponerlas patas arriba, literalmente, que llevaba a los miembros de estos movimientos a creer en lo imposible. En el emperador de los últimos días, que habría de tomar Jerusalem de los musulmanes, provocar la venida del Anticristo y desencadenar el Apocalipsis. En los emperadores muertos germánicos muertos repentinamente, como los dos Federicos, pero que en realidad sólo se habían ocultado del mundo, para así volver revestidos de su auténtico poder y llevar al advenimiento del fin de los tiempos. O simplemente, como los Taboritas Husitas, en la segunda venida de Cristo, con fecha y día determinados, muy próximo y real, de cuya ira y castigo se salvarían sólo aquellos que creyesen y luchasen por hacerlo realidad palpable.

Porque ante el fin seguro de los tiempos, ya no quedaba tiempo para fingir y mentir, para tolerar la impostura de los poderosos, fueran nobleza o iglesia. Había que colaborar en destruirlos, con las armas, con la violencia más cruel e inhumana, sin mirar qué se destruía, quién se asesinaba, porque al fín había llegado el momento de la justicia, de cambiar las tornas definitivamente, de resarcirse de toda humillación y ofensa, presente, pasada y futura. Y si no se obraba esto con la espada, estableciendo ese reíno de dios en la tierra, de los pobres y para los pobres, para recibir al Señor con el reino de Dios ya instaurado, había que hacerlo de manera personal. Liberándose de las ataduras de la fe enseñada e impuesta, encontrando a Dios y gozándolo por sus propios medios, con sus propias fuerzas. Como los flagelantes, los sufís o los creyentes en el espíritu libre.

Pero, ¿Si la desigualdad estaba tan extendida, por qué no surgían esos movimientos en todos los rincones de Europa y al mismo tiempo? ¿Por qué la historia Europea no sufrió un vuelco definitivo ante un movimiento universal de rebelión? Porque, como también señala Cohn, para que esos movimientos prendan se necesita una condición muy precisa, la existencia de una campesinado, o un proletariado urbano, organizado y con derechos definidos, que de repente se ve en la tesitura de perderlos. No cuando disfruta de concesiones, aunque sean pocas y decorativas, ni cuando ya se ha visto despojado de todas, sino en ese preciso momento de transición. Cuando aún tiene qué defender y la fuerza para hacerlo.

Y un último apunto. En nuestras sociedades laícas y tecnificadas tendemos a pensar que esas sacudidas, esas fiebres son cosa del pasado,. Que incluso podemos reírnos de la ignorancia y credulidad de nuestros antepasados. Sin darnos cuentas que esas ideas, esas convulsiones, siguen bien vivas, dictando la conducta de sociedades enteras. Como ocurre con ese Islam que busca refundarse al estilo del siglo VII, o esos EEUU profundos donde reínan las sectas protestantes radicales.

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