miércoles, 29 de noviembre de 2017

En los verdes prados de la infancia (y IV)


























Por desgracia, esta será la última entrada que escriba sobre el cine de Karel Zeman, al menos en una buena temporada. Me he quedado con las ganas de revisar Ukradená vzducholod (El dirigible robado, 1966) en una edición digna y de descubrir su tercera fantasía vernesca,  Na kometě (En el cometa, 1970). Se me queda fuera, asímismo, su retorno a la animación tradicional en los años setenta, tras que Zeman decidiera que su estilo anterior, la mezcla de imagen real, animación y efectos especiales,  ya no era atractiva para el espectador coetáneo. Por último, y esto es lo peor, esta serie de entradas va a terminar en tono menor, ya que la obra que les voy a reseñar no está a la altura de las tres hermanas mayores que le han precedido.

El problema de Cesta do pravěku (Viaje a prehistoria, 1955) es que se trata de su primer largo, tras una serie de cortos sorprendentes en la década anterior, especialmente Inspirace (Inspiración, 1948). Su inexperiencia en este formato de historias largas es, por tanto, más que visible, trasluciéndose en dos defectos principales. El primero  y principal es que Cesta do pravěku es un film habitado por niños y destinado a los niños. Una película de género infantil/juvenil donde poco se vislumbra de esa ironía que imbuye sus obras posteriores, en la que un relato aparentemente ligero e intrascendente está destinado realmente  al público adulto, puesto que contiene dosis elevadas de crítica social y política. Las películas de Zeman son así elaborados disfraces, que parecen no decir nada, para decirlo todo. 

En Cesta do pravěku, por el contrario, no hay asomo de ese juego de espejos y escondrijos. Su historia es la de un viaje fantástico a la prehistoria, en la que los protagonistas se encuentran con la fauna ya extinguida que sólo conocen por los libros. No queda, por tanto, espacio para la crítica o la ironía, de forma que la historia no pasa de ser la ilustración en imágenes de un manual de paleontología, el mismo que transportan en su periplo. De manera tan fiel que incluso se pierde en lecciones, comentarios y descripciones, útiles sólo para hacer perder el paso a la película, mientras que sus protagonistas humanos no pasan de ser meros figurantes, guías turísticos del viaje del espectador por esos mundos perdidos. Transitar en que las estrellas, como pueden imaginarse, son los animales, revividos por la magia de la animación.

Ahora bien, si el exceso de didactismo lastra la película, el segundo peso muerto son precisamente sus protagonistas animales. No porque su animación esté mal hecha o sea torpe, muy al contrario. Lo que consigue Kamen está justo en el límite de lo alcanzable por la animación fotograma a fotograma de su tiempo, hallándose a la altura de sus ejemplos y maestros, el Willis O'Brien de The Lost World (El Mundo Perdido, 1925, Harry O. Hoyt) y  King Kong (1933, Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack), o lo que empezaba a realizar Harrihausen por esas mismas fechas. No, el problema de estas bestias reconstruidas es muy otro y se halla precisamente en que lo mostrado no es lo bastante fantástico. Mejor dicho, no es lo suficientemente irreal.

Como en muchas otras películas, pasadas y recientes, a Cesta do pravěku le pierde su intención realista, el intentar que como espectadores veamos la prehistoria tal y como fue. Esté afán por tornar tangible y presente lo desaparecido se vuelve en su contra, ya que las imperfecciones técnicas se tornan imposibles de ver, rompiendo con su presencia la ilusión que se pretendía crear. De hecho, el contraste entre Cesta do pravěku y las obras posteriores de Zeman es tan grande, que se podría pensar que la experiencia le hizo modificar sus objetivos anteriores. Darse cuenta, en definitiva, que buscar el realismo era una trampa, un callejón sin salida, del que tenía que apartarse para encontrar otro camino. El opuesto.

Así, en sus obras mayores, al contrario que en este primer largo, el espectador es situado desde el primer momento en un plano de irrealidad y fantasía, donde reina el cartón piedra. Con sólo esta sutil trampa inicial, cualquier torpeza producto de las imperfecciones técnicas queda permitida. autorizada y justificada. Es más, pasan a formar parte del sabor de la película, de esa mezcla de ilusión infantil y escepticismo adulto que domina las mejores obras de Zeman. 

Porque ese hiperrealismo a ultranza que realmente engaña al espectador sólo se ha alcanzado en dos ocasiones. Con el canto de cisne de los efectos tradicionales en los 70 y 80, con sus maquetas y sus matte paint. Y por supuesto, con la irrupción del ordenador, la 3D y los CGI en los últimos decenios.

Pero que quieren que les diga, a pesar de toda esa perfección insuperable del cine reciente, me falta algo de encanto. El saber que estoy viendo un engaño, que este es visible, y que a pesar de ello consiento en dejarme seducir por él.

Quizás es que soy ya demasiado viejo.

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