domingo, 5 de noviembre de 2017

La lista de Beltesassar (CXCII): Death and the Mother (La muerte y la madre, 1997) Ruth Lingford


























Lo primero, disculpas, puesto que necesidades familiares me impidieron llegar a esta cita semanal con los lectores de este blog.

Y ahora sí, como todos los domingos, continúo con mi revisión de la lista de cortos animados realizada por el misterioso profesor Beltesassar. Esta vez ha llegado el turno de Deaht and the Mother (La muerte y la madre), corto  realizado en 1997 por la animadora británica Ruth Lingford.

Cuando vi primera vez este corto, me sorprendieron dos cosas: el silencio de su narración, contrapesado - ¿contradicho? - por el esteticismo, casi preciosismo, de su plasmación en imágenes. Ninguna de estas características debería haberlo hecho, así que mi sorpresa dice mucho del talento de esta directora. Ocurre que el silencio, en la animación con aspiraciones artísticas, es casi una segunda naturaleza, una auténtica carta de presentación. Callándose, tanto el autor como su corto, se pretenden dos objetivos: permitir que el espectador disfrute de las imágenes en sí mismas, sin necesidad de apuntador, al mismo tiempo que se le ofrece la oportunidad de ser su propio guía, orientándose sin brújula ni mapa en la geografía de corto. Una narración que busca, por eso mismo, no explicarse, sino ser interpretada, de tantas maneras como espectadores haya.

La historia se va abriendo, floreciendo, a medida que la contemplamos, como si fuéramos nosotros mismos los que la experimentamos. Como ocurre con la madre protagonista, a la que la muerte roba su hijo, estando distraída, y que se embarca en una búsqueda desesperada, cuyo precio, pagado a cada paso, es irse perdiendo a sí misma. Vista, juventud y vida.  Via Crucis que casa muy bien con el estilo de dibujo elegido por Lingford, adaptación animada de las xilografías expresionistas del principios del siglo XX. Un momento artístico en el que, como sabrán, los pintores alemanes recuperaron esa técnica tan querida por sus compatriotas del siglo XVI, que tiene como principal característica el reducir el universo visible y dibujado a blancos y negros puros. Irreconciliables e incomunicables como la propia vida y la propia muerte, protagonistas absolutos de este corto.

¿Seguro? ¿Es el abismo que las separa tan infranqueable como lo suponemos, contemplándolo desde la vida? Quizás no. Seguro que no. Así parece indicarlo tanto el cuento original de Andersen como la técnica que utiliza Lingford en su corto. Porque aunque parezca xilografía, como si se hubieran fotografiado auténticos grabados uno tras otro, en realidad se trata de la vieja manera de la animación de pintura sobre cristal. Aquélla en que el animador pinta sobre una superficie transparente, modificando lo pintado a cada plano, metamorfoseando lo visto previamente, destruyendo su trabajo anterior hasta que no queda huella del inicio. Convirtiendo así, de manera perceptible, la vida en muerte, la muerte en vida, para así cerrar el ciclo, tan eterno como ambos.

El espectador, de esa manera, se ve inmerso, sumido y atrapado, en un paisaje inusual, propio de otro mundo, en una atmósfera inquietante, característica de aquellas ideas y pensamientos en los que no queremos reparar, como la misma muerte. Ambiente y espacio que es asímismo el propio de las leyendas, al mismo tiempo lejanas y próximas, ajenas y familiares. De esas narraciones que nos hablan de historias que nunca nos ocurrirán, puesto que sólo existen en la fantasía, pero que al mismo tiempo son reflejo fidedigno de nuestra existencia, de lo que fuimos, somos y llegaremos a ser.

No les entretengo más. Como siempre les dejo aquí el corto. Disfrútenlo, porque se trata de una obra mayor de la animación. Un ejemplo más de sus inmensas capacidades expresivas, especialmente a la hora de representar conceptos abstractos. Una nueva señal del camino a seguir, pero que la mayor parte del público y la crítica se niega a explorar.

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