sábado, 25 de noviembre de 2017

Sobreviviéndose a uno mismo

Minerva y el objeto misterioso, Giorgo de Chirico

Les confieso que me fascina la pintura de Giorgo de Chirico. Mi admiración se remonta a la década de los ochenta, cuando descubrí el arte contemporáneo gracias a la serie documental The Shock of the New, realizada por Robert Hughes. En ella, durante el capítulo dedicado al Surrealismo, se  dedicaba un largo segmento a Chirico, como conviene a quien fue precursor inmediato, sin saberlo, de ese movimiento. Su figura fue, por tanto, admirada sin fisuras por los jóvenes autores que fundaron el Surrealismo.. al menos durante cierto tiempo, como se verá.

Pueden imaginarse, por tanto, la ilusión con que esperaba la exposición recién abierta en el Caixaforum madrileño, de nombre El mundo de Giorgo de Chirico, y que prometía una revisión en profundidad de toda su obra. En cambio, he salido de ella defraudado, opinión que no creo vaya a cambiar en mi habitual segundo pase.

¿Por qué? Parte de mi desilusión se debe a razones externas a la muestra. El gran problema de Chirico es que su fama está ligada a un estilo muy particular, plasmado durante a un breve periodo de tiempo: la pintura metafísica de la década de 1910. Los cuadros de esa periodo son los que inspiraron a los surrealistas de los años veinte, los que fundamentaron su fama y los que suelen figurar en las historias de arte. Los que el aficionado recuerda, por tanto. Tras ese primera gloria, Chirico ocupó el resto de su carrera, hasta su muerte en los setenta, en busca de un nuevo estilo, sin que sus muchos intentos llegasen a granjearle el éxito de su época temprana. Un fracaso que, me temo, llego a ser asumido por el propio artista, ya que, a partir de los años cuarenta, Chirico vuelve a esa pintura Metafísica que le hizo famoso... fechando sus nuevos cuadros varías décadas antes. 

Pueden imaginarse el escándalo cuando se descubrió esta impostura. Así como la indignación entre sus fervientes seguidores al descubrir como les había engañado el maestro.



Sin embargo, estas disputas y rabietas son agua pasada, así que poco tienen que ver con mi decepción. De hecho, la nuestra, con muy buen criterio, expone varios de estos cuadros con doble datación, señalando la fecha firmada y la real, pero sin resaltar nada más. Asímismo, con loable afán restaurador, se esfuerza en recuperar ese Chirico después de Chirico, esas seis décadas de producción que apenas son citadas en los libros, mucho menos recordadas por los aficionados.

El problema surge porque, en esta revindicación de la obra posterior de Chirico, la muestra se olvida de ese periodo fundacional de su producción. No hay ningún cuadro expuesto, que yo recuerde, de la década de 1910, como si se supusiera perfectamente conocido ese periodo, incluso analizado y asimilado, por el visitante. Es obvio que debe ser difícil obtener el préstamo de los cuadros más señalados, pero se podría haber hecho un esfuerzo por presentar una selección relevante, aunque fuera pequeña. Sin cuadros de ese periodo, sin la presencia de esa pintura metafísica, tan decisiva en la historia del arte occidental, se hace difícil apreciar la trayectoria posterior de Chirico. En concreto, el porqué su conversión al neoclasicismo imperante en el periodo de entreguerras, así como su retorno a la pintura de su década gloriosa.

El visitante, especialmente el no avisado, puede llegar a sentirse desorientado, perdido. Sobre todo, porque la calidad de las obras expuestas es muy variada. Ciertos cuadros son incluso mediocres, en concreto aquellos en que Chirico da en remedar a los maestros del pasado. Es entonces cuando se puede apreciar, reconocer, como la importancia de este pintor se debe a haber encontrado una forma peculiar, única, casi una marca de fábrica. Esos ambientes ciudadanos solitarios, iluminados con una luz cruda, en los que amenazan presencias irreconocibles. O esas mezclas de objetos de significados y resonancias inmiscibles, como las estatuas clásicas y los objetos cotidianos. O los maniquíes suplantando a los héroes mitológicos, tan polvorientos como los mismos mitos, tan expresivos como cuerpos reales.

Asímismo, se observa también que Chirico no logra atinar cuando halla nuevas síntesis, sean éstas las piscinas parqués, los encuentros de diversos personajes con un objeto misterioso - véase el cuadro que abre esta entrada - o las largas series dedicadas a los gladiadores. Aunque este fracaso en la resolución de los temas no es completamente cierto, porque sí que consigue plasmarlos con intensidad y maestría, pero no sobre el lienzo, sino como grabado, caso de esos parqués piscina, o incluso en forma de escultura, como en la serie de los arqueólogos. Parece como si la musa pictórica hubiera abandonado a Chirico tras su década gloriosa, impresión confirmada porque los cuadros realmente fascinantes, incluso inquietantes y turbadores, no son otros que aquellas autofalsificaciones que señalaba arriba.

Los cuadros al estilo metafísico que Chirico databa, falsamente, en décadas anteriores,

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