viernes, 2 de febrero de 2018

Cine Polaco (XXXI): Pasazerka (La pasajera, 1961) Andrzej Munk

































Hay un factor que impide valorar adecuadamente la obra de Andzej Munk: su temprana muerte. Cuando falleció en 1961, apenas llevaba filmado unos pocos largos, dejando además inacabada su última obra, Pasazerka (La pasajera, 1961), que hoy les comentó. Sin embargo, a pesar de lo exiguo de su producción, su figura ha adquirido el carácter de mito dentro de la filmografía polaca.

¿Por qué? En gran parte, debido a que, junto a Wajda, pertenece a la primera generación que pudo rodar con cierta libertad, gracias al deshielo del régimen comunista a finales de 1950. Sus obras, por primera vez, se atrevieron a abordar temas tabúes hasta hacía nada, como la resistencia nacional contra el Nazismo. Resistencia que, no se olvidé, había sido liderada por partidos claramente anticomunistas, a los que el Estalinismo no dudaba en calificar como fascistas indistinguibles de los nazis, de forma que sus miembros que fueron represaliados, incluso eliminados fisicamente, durante los años gélidos de la postguerra. Esta renovación, por otra parte, no se produjo sólo en los temas, sino que se extendía al estilo, mucho más natural, dinámico y atravido, muy alejado del acartonamiento propagandista del cine anterior, del cual es un buen ejemplo Krzyzacy (Los Caballeros de la Orden Teutónica, 1960) de Aleksander Ford, que ya les comenté tiempo atrás.

Esta coincidencia temporal entre Wajda y Munk no se extendía, sin embargo, a sus estilos personales. Wajda tiende a ser más, más serio, de manera que aunque sus películas desemboquen en arranques dramáticos, estos tienden a ser meras consecuencias lógicas de la exasperación de los conflictos entre sus personajes. En Munk, por el contrario, hay una fuerte componente satírica, que tanto puede inclinarse hacía el esperpento de sonrisa forzada como hacía un humor negrísimo, caustíco y desperado, esencialmente pesimista. Así ocurría en Eroica (Heroica, 1957), también comentada en otra ocasión, cuya estructura de díptico servía para reunir dos posturas incompatibles. Por una lado, la revuelta de Agosto 1944 en Varsovia transformada en comedia de equívocos, enfrentada a una descripción de las ansias de libertad de los prisioneros de guerra polacos que parece casi una pieza de teatro del absurdo.

En Pasazerka, alcanza un grado aún mayor esa capacidad de Munk para tomar un tema y darle la vuelta, observándolo desde un punto de vista opuesto al consagrado oficialmente, lo que hace aún más doloroso que quedase inacabada. En ella, el director polaco se atrevió a tratar nada más y menos que el holocausto. No desde el punto de las víctimas, sino desde el de los torturadores, los únicos que tienen la palabra durante todo el metraje, sin dejar hablar a nadie más, mucho menos defenderse. Muy brevemente, Pasazerka narra el encuentro casual, durante un crucero hacía América, entre una  guardía de la SS, antaño destinada a Auschwitz, con una de sus antiguas prisioneras. Choque que lleva a aquélla a narrar diferentes versiones, al estilo Rashomon, de lo que ocurrió en el campo y la relación entre ellas. Todas, en general, exculpatorias, pero que a cada revisión van revelando un poco más de verdad. Demoliendo las salvaguardas y mentiras con las que intenta hacerse pasar como inocente, o al menos como espectadora impotente.

Son esas escenas, las de la versión 1 y la versión 2, por así llamarlas, las únicas que realmente completó Munk, aunque en estado de borrador. Las escenas en el crucero quedaron sin rodar, de manera que no sabemos cuál habría sido la evolución del conflicto entre carcelera y prisionera, ni como se resolvió. Para ser más precisos, ésas escenas sí habían sido rodadas, pero Munk decidió que no le satisfacían y se propuso volver a filmarlas, intención frustada por su muerte. Curiosamente, este enigma sin resolver, del que apenas vislumbramos, beneficia a lo queda de la película. Nos obliga a centrarlos en los equilibrios mentales, siempre al borde del abismo y de la caída, que la pasajera del título tiene que realizar. No ya para evitar ser condenada, sino para mantener un mínimo de identidad y de cordura.

Porque toda la versión que esta antigua miembro de las SS quiere hacernos creer - quiere creer ella mismas, podría decirsem, es que todo lo que pasó en Auschwitz ocurrió a pesar de ella. Que ella fue simplemente un espectador, que otros fueron los culpables. Que incluso intentó defender a las víctimas que le fueron confiadas y que si están perecieron fue por su propia culpa. Sin embargo, ninguna de esas mentiras convenientes, evita que la verdad acabe por filtrarse, negándola. En la tranquila y aparentemente reposada, casi instranscendente, recreación de la vida en Auschwitz un hecho se muestra irrefutable. Ella, la pasajera, tenía el poder. No cualquier poder, sino el que otorga la potestad de vida o muerte sobre otros seres humanos. La capacidad de pronunciar una sola palabra y enviar a alguien a la celda de castigo, la tortura o la cámara de gas.

Un poder absoluto al cual es casi imposible negarse y que la pasajera ejerce con toda tranquilidad, sin apenas percatarse de sus consecuencias, como si fuera algo normal, establecido por el propio orden natural. Poder cuya corrupción no se conforma con infectar y pudrir a sus posedores, sino que tiene que corromper también a aquéllos que están a su merced. Su disfrute requiere obligar a los sometidos a humillarse, a traicionar aquello en lo creen, a aquéllos a los que más amán. De forma que, a partir de ese momento, devenga auténticos esclavos, sin otra posibilidad que obedecer sin rechistar a quienes les esclavizan, por muy abyectas que sean sus órdenes. Convertidos en asesinos y torturadores a su vez.

Juego en el que la pasajera intenta enredar y derrotar a su prisionera, aprendiendo sus debilidades y utilizándoles en su contra. Partida cruel en la que sólo puede haber un ganador, aquél que detenta el poder, pero de la que, en este caso, desconocemos el resultado.

No tanto porque la película quedase incompleta, sino porque la pasajera nunca llegaría a contarnos la verdad, que seguramente ni siquiera existe ya para ella.

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